jueves, 5 de abril de 2012

La broma del abuelo



LA BROMA DEL ABUELO

Pero, ¿qué haces ahí, abuelo? ¿Por qué me has dejado sola en medio de tanta gente, con lo bien que estaríamos todos juntos en tu casa como cada domingo? Con los primos, jugando al escondite, a las cartas y a los trabalenguas. Algún día dejarás de hacerme rabiar cuando me equivoco al recitarlos. Nunca te detienes hasta hacerme llorar, mientras ríes hasta hartarte. Lo bueno es que luego acabas dándome la propina para marchar con los primos al cine o a gastarnos el dinero en chucherías.
Con las cartas nos sueles engañar y hacer trampas, sobretodo a los primos, a los que les quitas las habas poco a poco sin que se den cuenta para pasármelas con cuidado por debajo de la mesa. Es que sólo tengo una nieta, un “chorrín”, te disculpas cuando nos pillan. ¿Y cuándo te tiras algún pedo y le echas la culpa a otro? A papá eso lo cabrea mucho. “Ha cantado un grillo”, dices. Los primos y yo no paramos de reír con tus ocurrencias.
¿Ya no te acuerdas de eso, abuelo? Todos dicen que te has ido al cielo, que allí se está mucho mejor, pero yo te veo ahí tumbado con los brazos cruzados. Tienes que aburrirte un montón detrás de esta cristalera haciéndote el dormido. Seguro que cuando te canses de jugar, abrirás los ojos y nos dirás: “¡Buh!”, un susto, y te echarás a reír como siempre.
            Mis padres y los tíos no me hacen caso; sólo quiero entrar ahí a tirar de tu pelo blanco. Se lo he dicho a mamá y a tía Fany, pero están demasiado ocupadas en discutir sobre los campos y en qué hacer con la abuela. Les ha dado a todos por vestir de negro; por una vez se han puesto de acuerdo en algo.
Los primos no quieren jugar conmigo ni me quieren ayudar a abrir la puerta de tu cuarto. No me escuchan siquiera, parecen mudos. Anda, levántate y diles algo. Están apalancados en los sofás, muy serios y repeinados, con la ropa de domingo. Igual si tuviéramos las habas y les dejáramos unas cuantas de ventaja, se espabilaban y se pondrían a jugar con nosotros.
            Tío Luis no para de gritarle a tía Fany y mamá se ha echado a llorar. Papá y el resto han salido fuera, muy enfadados. Decían que no se podía discutir en un momento así, con tu cuerpo todavía caliente. No sé por qué han dicho eso, si ni siquiera han entrado a tocarte para saberlo. La abuela se ha dormido en el sofá. También ha llorado mucho, estará cansada, pero con tanto grito seguro que no tardará en despertarse.    Venga, abuelo, para ya. No quiero que sigas más con la broma. Cuando te canses y decidas levantarte, quiero que mandes callar a todos con ese vozarrón tuyo, el que ponías cuando te cabreabas y hacías temblar la casa entera. Ni la abuela, con todo el genio que tiene, se canteaba.
            Dime, ¿no recuerdas cuando íbamos al pantano a pescar truchas? Me montabas en tu cuatro latas a escondidas, sin decírselo a mis padres, y subíamos por esos caminos de cabras hasta llegar a la presa. ¡Qué broncas nos caían cada vez que aparecíamos por casa llenos de barro y abones de mosquito! Pero a ti te daba igual, decías que te llevabas a tu nieta a donde te daba la gana, que los primos eran unos blandengues y unos malcriados y que yo obedecía más y te escuchaba con atención, que aprendía rápido. A veces te sorprendía llorando por nada, mirándome, y yo te preguntaba por qué lo hacías. “Es que se me ha metido algo a los ojos”, solías decir, a sabiendas que no me lo creería.         En el bar siempre alardeabas de mí y de mis monerías, de mis bonitos ojos azules y mis rizos negros, tan característicos de la familia. Tú la cerveza con tapa, y yo la Fanta con la bolsa de patatas. Nunca te dejabas ni una gota en el botellín y, si lo hacías, yo estaba allí para apurarlo con un último sorbo que te sabía a cuerno quemado. “¡Será borrachuza esta cría!”, te quejabas. “¿A quién se parecerá?”, decían entre risas tus amigos en la barra.
            No sé que pasó la última vez que subimos al pantano. He oído muchas historias sobre eso pero no acabo de entender nada. Mamá y papá lo están pasando muy mal por ello y ya no quieren ni hablarme. A ver si decides despertarte y me lo explicas tú mejor. Dicen que tu coche estaba muy viejo y que tendrías que haberlo dado de baja hace unos años, que por eso le fallaron los frenos. Si tú no parabas de decir que tiraba como el coche fantástico y que sólo le faltaba hablar…
            Ellos no paran de contar que eras un cabezón y más terco que una mula, duro y fuerte como una roca, y que por eso has resistido más que yo. Es imposible entender a los mayores. Parece como si ya no existiera para ellos. ¿Están tan enfadados conmigo como para no querer hablarme?
            Cuando acabes tu bromita, les prometeremos que nunca más iremos a pescar solos, ¿de acuerdo? A ver si así papá y mamá me devuelven la palabra. Vamos, no seas tan cabezota y abre ya los ojos. Sé que me estás escuchando. ¡Jolín, qué duro eres cuando quieres!
            Ahora ha entrado un cura en la sala, y detrás mi padre y todos que estaban fuera. Se van a poner todos a rezar. Es un rollo. Yo me quedaré aquí quieta y esperaré a ver si traen otra corona de flores más para ver si me puedo colar ahí dentro contigo. Aún no entiendo cómo has podido gastarte tanto en la floristería. Con lo roñoso que eres, al final te va a salir cara la broma.
            Mira, mira, ya llega otro tío de negro con un cesto con flores. No van a caber tantas, el sitio es pequeño. Seguro que lo has pensado a conciencia para gastar lo menos posible. Recuerda que pronto será domingo y tienes muchas propinas pendientes de cumplir.
            Me voy a pegar detrás de él, ¡seguro que lo consigo! Tú siempre me dices que soy muy lista y que me las ingenio muy bien. El hombre ha sacado unas llaves del bolsillo de su chaqueta y las ha sacado para abrir. Qué raro, ni se ha dado cuenta de que estoy detrás suyo, ¡perfecto! Debe estar compinchado contigo, sino no me lo estaría poniendo tan fácil.
            Hala, ya estoy aquí contigo. Me esconderé detrás de las coronas para que no me vean. El hombre se va. Ha vuelto a cerrar con llave. Pues como no tengas tú otras, a ver cómo salimos luego de aquí.
            Eh, mírame. A tu derecha. Ni caso. Jo, qué serio estás. Y qué frío, ¡estás helado! ¿Ves? Papá había metido la pata, no tienes el cuerpo caliente. Como no te abrigues, vas a coger una pulmonía; ese traje que llevas no parece muy recio. Abuelo… ¡Eh, abuelo! No me hagas gritar, que no quiero que me descubran. Vale, haz lo que quieras, pero no pienso irme hasta que te levantes de ahí. Tú sabrás. Ahora me recostaré un poco entre las flores. Si las aplasto un poco no pasará nada, ya me he dado cuenta que no son de verdad. No huelen nada. Se me hacía muy raro que hubieras aflojado tanto el bolsillo, te conozco demasiado bien.


            —Vamos, mi niña, despierta.
            —Mmm… ¿Qué pasa? Me había quedado dormida.
            ¡Qué alegría, abuelo! Veo que por fin te has cansado de la broma. Ya empezabas a preocuparme. Si me dieras la mano me podría levantar. Oye, entonces, ¿quién es este hombre de la caja? Como está tan oscuro no lo veo bien… Ah, bueno, que otro sigue la broma por ti. ¿Y cuánto le has pagado? Te va a salir la broma por un riñón, ya verás cuando se entere la abuela. Sí, ríete, tú mismo.
            ¿Por qué están las luces apagadas? No hay nadie fuera. ¿Se han ido a descansar? Dices que mañana será un día duro para ellos, ¿por qué? No me gusta cuando te quedas en silencio. A ver si me cuentas pronto todo eso tan importante que me tienes que decir. 
Anda, si te has puesto la gorra y el chaleco de pescar, las botas. ¿Ahora te apetece ir a pescar? ¡No quiero! Mira lo que nos pasó la última vez que fuimos. Todo es distinto desde entonces. Nadie me habla, me siento muy mal. Hay que volver a casa y pedirles perdón a todos. ¿Cómo? No me creo que a mamá ya no le importe que subamos al pantano cuando queramos. Aunque, si tú lo dices… A ti no hay quien te rechiste. Bueno, pues si tenemos tanto tiempo, vámonos a por truchas.
            Yo también te quiero mucho, abuelo.
 
          
D.R.G.

No hay comentarios:

Publicar un comentario