lunes, 30 de enero de 2012

1000 VISITAS

En poco más de dos meses desde su creación, este "humilde" blog ha recibido la friolera cifra de ¡1000 visitas!
Me enorgullece decirlo, tanto como saber que cada vez sois más los blogueros que os interesais por mis trabajos, fantasías y demás "vómitos mentales".

Por todo ello, y por mucho más, sólo me cabe deciros:


¡MIL GRACIAS A TOD@S!


D.R.G.

domingo, 29 de enero de 2012

RITUAL DE VENGANZA: Mamá Chamba.

Es terrible y angustioso acabar encerrado en un ataud, pero no menos que comprender los motivos que te han llevado allí. A nuestro protagonista, la vida le ha jugado una mala pasada en apariencia... o quizá él haya tenido algo que ver y todavía no lo sepa. 
De todos modos, todas sus preguntas y el final de su particular agonía por fin se verán resueltas. 

Sólo tienes que seguir leyendo, amigo lector, si tienes estómago para ello.


MAMÁ CHAMBA

Abro los ojos. Estoy empapado. Me he debido desvanecer durante un rato, no sé cuánto. ¡Pero qué mierda de sueño! Parecía tan real… Estoy confundido, es como si tuviera algo de significado, como si hubiera despertado nuevos recuerdos en mi mente. El cubano y esa vieja… Tengo la extraña sensación de que ese sueño lo he vivido antes. Creo que a eso lo llaman “deja vù”, o algo así. ¡Y a mí qué! Las estoy pasando putas aquí dentro como para pensar en esas gilipolleces.

    Oigo voces fuera, ¡por fin! Deben ser los muchachos, jugando con mi sufrimiento como mejor saben. Descubrir que están ahí fuera no deja de ser un tremendo alivio, pero también me crispa. Mucho. ¡Blam! Sigo golpeando y gritando. “¡Venga, a qué estáis esperando!” No me importa destrozarme los puños y las rodillas, ya los sentía inflamados de dolor. “¡Sacadme ya de una vez! ¿No tenéis ya suficiente?” Más y más voces, cada vez más cerca. Me imagino metido en un nicho. No, conociendo a esta gentuza, peor aún, en un pozo profundo cubierto de tierra sólo unos pocos centímetros, para prolongar mi agonía todo lo posible. No se reventarán… Pero mi vejiga sí va a hacerlo. Al estar tumbado y pataleando sin parar, no había reparado que estaba bombeando mi futura orina una y otra vez. No quiero hacérmelo encima y que me vean con el pantalón mojado, ya tendrán suficiente cachondeo con toda la vomitina desparramada. ¡Cómo me escuece! ¿También voy a mear bilis? Vamos, aguanta más, no dejes que se salgan con la suya.
¿Cuándo va a acabar esto, joder? ¿Cuándo? Me gustará salir de aquí para poder mearme con rabia sobre ellos.
    Cánticos. Las voces se han convertido en extraños sonidos musicales. Como en mi sueño. Pequeños gritos ahogados, tambores rítmicos. Mi corazón parece coger el mismo ritmo de ellos, como si se uniera a una batukada perfecta. ¡No puede ser! Estoy oyendo a la mujer fuera, es la misma voz. ¡La vieja! ¿Estará también el cubano con ella? ¡Blam blam, blam! “¡Eh, estoy aquí dentro! “
¡CROCK! Joder, ¿qué ha sido eso? Un estruendo ha sacudido la caja, como si hubiera caído alguien o algo pesado encima. ¡No voy a poder soportar esto mucho más! Presiento que la primera gota de orina está pugnando por salir. Hay alguien caminando sobre la caja. El tamboreo aumenta por segundos. Las voces, que son muchas, han aparecido otra vez, más elevadas de tono. ¡Que sea lo que sea, pero que me saquen ya de aquí, por favor!
    Oigo cómo raspan sobre la madera. Están apartando tierra de encima, estoy seguro. No debe haber mucha. Ya falta poco, están muy cerca.
Todo se acabó, ¡por fin! Apenas puedo abrir los ojos por el sudor que se ha colado en ellos. No podré abalanzarme sobre ellos, primero he de vaciar mi dilatada vejiga donde sea. Tendré que soportar sus carcajadas crueles y desmesuradas hasta que lleguemos al cuartel, pero no me importa. Más ruido en la madera. La están manipulando, como si estuvieran deslizando unas cadenas sobre ella. Apenas lo distingo del resto de sonidos. Me inquietan. Los chicos no se montan esas parafernalias tribales, no es propio de estos zoquetes, a no ser que lo hubiera preparado el Eze. Capaz sería, ¡maldito bastardo! Ahora lo estoy pillando; recuerdo sus historias cubanas, las de la Mama Chamba y sus rituales de santería. ¿Cómo es posible? ¿Qué demonios me espera ahí fuera? Por Dios, que se acabe toda esta tortura de una vez. Siento un ligero calor sobre las ingles. Estoy empezando a orinarme encima.
    El mundo exterior enmudece de pronto. ¿Son jadeos lo que escucho fuera o son mis últimas bocanadas de aire? La tapa se abre lentamente y una cortina de tierra negra se desliza a mi lado, sobre las flores. ¡Me ahogo, rápido!, quiero decir, pero no puedo articular palabra. Me encuentro rígido, incapaz de moverme. Todos los poros y orificios de mi cuerpo se han cerrado de golpe. Siento la brisa fresca de la noche sobre mi piel sudada, pero no puedo aspirarla y aliviar esta sensación de asfixia. Quiero parpadear, me arden los ojos. Descubro unos dedos asomando al fondo de la caja, dándole el empuje final a la tapa. Una tela blanca. Se acerca. Antes de saber quién me ha liberado, puedo contemplar la boca del pozo donde me encuentro, mis piernas, el ataúd, los restos del vómito, la mancha de mi entrepierna… las manos enrojecidas e hinchadas. Intento incorporarme pero sigo sin poder moverme. ¿Por qué no lo consigo? Una mano se posa sobre mi pecho. Un aliento cálido lame mi cara.
    —Raúl… —su voz áspera prolonga mi nombre—. Tú… tú fuiste el mugroso que me arrebató a mi nieto.
    Mi visión se aclara de súbito y me muestra un rostro arrugado y siniestro de piel morena; mechones de un cabello blanco como la nieve cayendo en cascada, el aliento de ron escupido de una sonrisa mellada y amarillenta. Tiene los ojos húmedos y enrojecidos como si hubiera llorado. Se inclina hacia mí y me susurra al oído: “Sí, muchachito; yo soy la Mama Chamba”.
Quiero responderle de inmediato, cogerle de la mano y decirle que tenga piedad de mí, que no sé dónde se encuentra su nieto, que yo no le hecho nada…
    Entonces, le veo. Detrás de ella, al borde de la fosa, bajo la luz de la luna. Está desnudo de pies a cabeza, mirando a la nada y pintarrajeado con símbolos extraños. Ezequiel está sumido en una especie de trance.“No", recuerdo de inmediato, "él está muerto. Nosotros se lo hicimos sin querer”. Comprendo. La vieja le ha devuelto a la vida para cobrarse venganza, como en los rituales absurdos que él nos contaba.
Quiero gritar, maldita sea, pedirle perdón a la vieja, pero hasta eso parece negarme. No debo merecerlo. "Así que tú eres su abuelita, ¿eh? Siempre fue un cobarde y un llorón. Se asustó y no pudimos sacarlo a tiempo del ataúd. Sólo perdimos el control, no queríamos que eso sucediera…¿Puedes oírme, vieja? ¿Puedes al menos leer mis pensamientos?"
    La vieja santera eleva la vista hacia su difunto nieto y le da una orden. Ezequiel se agacha despacio y coge algo del suelo. Parece una pequeña bolsa de tela con algo dentro que sostiene sobre la fosa. Al toque de un tambor, suelta su contenido al vacío. Es una serpiente negra y brillante que cae a peso plomo sobre mis piernas. Entonces, Mama Chamba grita y eleva sus brazos. Sus ojos están en blanco. Quiero unirme a ella en su dolor, pero no dejo de ser su víctima. Lágrimas resbalan de mis ojos. No puedo ni siquiera pestañear.
La vieja agarra la tapa y me observa sonriente, mostrando de nuevo su dentadura mellada. Ahora parece satisfecha, en paz.
Cuando la tapa se cierra sobre mí, recupero de pronto la movilidad. El control de mis orificios. Grito, grito con todas mis fuerzas. ¡Blam, blam, blam! Las cadenas han vuelto a abrazar la caja. “¡No podéis hacerme esto!” La serpiente empieza a reptar sobre mi cuerpo, enroscándose en mis piernas. Pataleo desesperado, pero sólo consigo que el reptil avance más rápido. Su tacto viscoso me asquea, me repugna. ¡Blam, blam, blam! Me van a explotar los nudillos. Los tambores y los cánticos regresan para atormentarme. ¡Blam, blam, blam! Vuelvo a tener ganas de vomitar. ¡Por favor, sacadme de aquí!
La serpiente ha dejado de moverse.
¡Mierda, mierda! Se ha detenido de pronto al hallar el calor de mis genitales húmedos.
Se está enroscando, joder… Su peso está presionando mi vejiga...
Sin poder evitarlo, me lo hago encima. Escuece mucho, mucho.
No puedo parar de gritar; al son del ritual de venganza.













 
D.R.G.

viernes, 20 de enero de 2012

RITUAL DE VENGANZA: El Ataúd.

¿Qué tal, amigos? ¿Cómo está transcurriendo este primer mes del año?
Esta vez os presento una historia un tanto claustrofóbica que seguro os enganchará. ¿Cómo reaccionaríais si despertarais encerrados en un ataúd?
Salud(os). No os agobieis demasiado...



RITUAL DE VENGANZA
EL ATAÚD


¿Dónde estoy? No veo nada, está muy oscuro.
    Estoy tumbado boca arriba, apenas puedo moverme. Todo me da vueltas, mi cabeza va estallar.
    Huelo a perfume de mujer. No, ese otro olor me ha confundido, deben son flores. Siento los puños de una chaqueta. Intuyo que debo vestir un traje y unos zapatos duros y pesados. Doblo los pies; a decir verdad, parecen cómodos. Noto mi cabello mojado. ¿Hace mucho calor aquí dentro o sólo me lo parece?
¡Bum! ¡Joder, qué golpe! Casi me abro la cabeza. Me toco la frente, parece que no sangro. Pero cómo duele, ostia. ¿Con qué ha sido? Alargo las manos, subo las rodillas. Parece una tapa dura. Un intenso escalofrío recorre todo mi cuerpo, mis intestinos se revuelven de súbito. No puedo creerlo…
    Estoy encerrado en algún sitio. Hay un olor a barniz muy intenso, me está asfixiando. Puedo levantar unos centímetros los brazos y las piernas. Creo que estoy en una gran caja de madera. ¿Alguien me quiere dar sepultura? Aún soy joven para morir, y menos para que me entierren vivo. Debe tratarse de una broma. Una puta broma pesada, diría yo. Mi mano derecha acaba de tocar algo a mi lado. Por el tacto, creo que son esas flores, un ramo. ¿Y esto? Parece cristal, ¡una botella! No pesa mucho, parece casi vacía. La levanto todo lo que puedo, a ver si puedo acercarla hasta mi boca. Bien, lo estoy haciendo. El tapón parece de rosca. Quizá sea agua, ¡genial!, tengo la boca como un zapato. Me tiemblan las manos, se derrama algo de líquido al intentar desenroscar el tapón. ¡Qué peste! Es whisky, sin duda, me ha caído sobre la chaqueta y la mano. Creo que voy a vomitar.

    He logrado contener la arcada, pero estar tumbado no ayuda mucho. Mi mente intenta atar cabos pero mi corazón se ha acelerado tanto que no me deja pensar, sólo oigo toques de tambor redoblando en mi pecho. No puedo evitar respirar fuerte y hondo. Me empieza a resultar difícil hacerlo.
    ¿Cómo demonios he ido a parar aquí? Venga, piensa algo. No consigo recordar nada. Deben ser los nervios, me siento extraño, como si me hubieran borrado todos mis recuerdos. Intento recordar mi nombre y… ¿cómo no voy a poder? ¡Raúl, joder! Han sido los nervios, me impiden pensar con lógica. Raúl López Olmos. Nadie puede olvidar su nombre así, por lo menos ya sé que no sufro amnesia. Debo concentrarme más. ¡No puedo! Haz un esfuerzo; El traje, el dolor de cabeza, las flores, la botella… Por más que lo intento, no soy capaz. Un momento, ¡sí! Son imágenes difusas, pero me son muy familiares. Unos muchachos uniformados… ¡Eso es, concéntrate un poco más! Empujones, risas; estamos de permiso en el pueblo con el novato cubano. ¿Ezequiel, se llama? Hay ganas de juerga y poco dinero, la paga es una mierda… ¡Somos soldados, eso es! Veo la licorería de los chinos, entramos y ponemos bote para pillar unas botellas de whisky… ¡Ya está! Bufff…Qué alivio. Me tomaré un respiro para no agobiarme, me estaba mareando. Por lo menos ya tengo algo claro, pero no lo suficiente para aclarar este embrollo. Estoy sudando como un descosido, ¡qué calor!
    La novatada era para el cubanito, no para mí. Nos hemos debido pillar una guaza considerable y, al final, me la han endiñado a mí. Voy a gritar, seguro que están ahí fuera. “¡Eh! Sacadme de aquí, cabrones. Ya está bien de cachondeo”.
Silencio. Voy a esperar un poco más. Vuelvo a gritar. Nada. ¿Es que me han dejado tirado, o qué? ¡Blam, blam, blam! Me arden las manos de tanto aporrear la tapa, ya deben estar hinchadas. ¡Si es que no consigo ver nada! Mis ojos no llegan a acostumbrarse a la oscuridad. ¿Será por los efectos del alcohol? Voy a intentar hacer fuerza, a ver si puedo mover la tapa. ¡Maldita sea, es imposible! Me duele el cuello de tanto forzarlo. El roce de la camisa empieza a incomodarme. Es el sudor, llevo rato sudando a mares.
Bueno, ya comienzo a ver algo. ¡Joder!, justo ahora se me mete sudor en un ojo. ¡Cómo escuece! Encima, se me está poniendo mala gana. El estómago me arde. Sólo faltaba esto… bilis subiendo por mi garganta. Tendré que tragármela, es desagradable pero necesario. ¡Agghh! Parece como si hubiera regurgitado salfumán, ¡qué amargor! Llevo las tripas fatal y siento mi vejiga tan hinchada de repente que tendré que orinar de un momento a otro. Comienzo a desesperarme. ¿Por qué me está pasando esto? ¿Qué he hecho yo para merecerlo, eh? Siento rabia, impotencia… ¡Les mataré, joder! Juro que, cuando salga de aquí… ¡Blam, blam, blam…! Suelto varios puñetazos con los nudillos. Ese ha dolido. Me falta el aire. Tranquilo, no debo agobiarme. Respira más despacio… Eso es. Se me ha metido una gota de sudor en el otro ojo, qué oportuno.

He vomitado.
    Joder, me echado toda la papilla por el cuello, casi me ahogo. Huele fatal y está caliente, seguro que ha sido por tragarme la bilis.
    Esto es insoportable. Les odio con toda mi alma. Cuando me saquen de aquí les partiré la cara a todos, empezando por el cubano, a ese no le puedo ni ver. Va de machito, el hijoputa. Siempre con ese acento latino de aquí para allá, con sus historias de La Habana y su abuela, la “Mama Chamba” de los cojones. A mí no me hacen ninguna gracia esos cuentos de vieja.
    El plan era sencillo; primero lo emborrachábamos, lo hacíamos meterse alguna raya y, después, lo llevábamos al cementerio donde teníamos preparado la fosa con el ataúd, cortesía del primo de uno del cuartel. Todo lo había ideado yo, por supuesto. Y ahora se ha vuelto todo en mi contra. El Ezequiel ese se ha debido oler el pastel y ha puesto a todos en mi contra, seguro. ¡Me las pagará!
Maldito zulo de mierda, ¡esto no hay quién lo aguante! ¡Blam, blam blam! “¡Sacadme ya de una puta vez! ¡Cómo se enteren los mandos, ya os podéis preparar, mamonazos!”.
    ¡Dios, cómo me duele la cabeza! Me van a reventar las sienes. Cada vez que meneo el cuello se desliza el vómito entre los pliegues de carne. Entre el poco aire que tenía y este tufo nauseabundo, los minutos que me queden de oxígeno están contados.
Golpeo y golpeo, ¡blam!, con las manos, ¡blam!, con la punta de los zapatos. Grito otra vez, para que se acojonen y crean que me he cagado encima. A ver si se dan cuenta que ya están yendo demasiado lejos. Ostia, esto es duro, muy sólido, se han tomado demasiadas molestias. Quieren hacerme pasar miedo de verdad, qué cabrones. ¡Que no puedo respirar, joder! Mis gritos resuenan alrededor, rebotan en las paredes de la caja y me son devueltos amplificados. El eco me va a destrozar los oídos.
Cierro los ojos e intento pensar algo que no sea golpear la tapa, debo conservar la energía y el oxígeno. Intenta descansar. No puedo. Abre tu mente, respira despacio. Lo intentaré.
    ¿De quién es esa voz? Puedo oír a una mujer canturreando. Creo verla a lo lejos, es bajita y lleva una túnica blanca. Lleva algo colgando de la mano que echa humo. Me espera en el cementerio. Hay velas alrededor de una tumba en el suelo, parece abierta. Llevo una botella en la mano y apenas puedo dar un paso recto. Alguien me ha llevado hasta allí, entre risas y empujones. Intento girarme para ver a mi acompañante, pero no puedo, una extraña fuerza me arrastra hacia el agujero. Los cánticos se hacen más fuertes cada vez que me acerco. El humo envuelve a la mujer, una anciana de cabello blanco y piel morena que, más que canturrear, parece aullar de dolor. Me asomo a la fosa. Ezequiel está dentro de la caja; pálido, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho. No lo entiendo… De pronto, la vieja se acerca hacia mí y me empuja a la fosa. El ataúd está vacío cuando caigo en él. La tapa se cierra sobre mí con un sonido fatal, pero antes puedo ver a Ezequiel observándome desde el borde del agujero, justo dónde me encontraba yo hace unos instantes.

CONTINUARÁ...





viernes, 13 de enero de 2012

EL QUINTO

¡Saludos, blogueros! 
Feliz año, lo primero de todo. Espero que hayáis pasado unos días estupendos y entrañables, en familía y amigos, y sobretodo, estéis preparados para afrontar este difícil año que empezamos (Joder, ya me parezco al Rey, pronto diré aquello de: "me llena de orgullo y satisfacción..."). Por ello, nada mejor que encararlo con buenas dosis de humor, como las que os ofrezco en este relato. ¡Disfrutadlo!


EL QUINTO

    —¡Ay, María! −era Antonio, apareciendo de súbito por la puerta.
    —¿Pero qué cara es esa? Parece que has visto un muerto, chico.
    María trajinaba en la cocina con el delantal puesto, removiendo algo de carne en una sartén. El soponcio y la desesperación que trajo su marido a casa apenas la sobresaltó.
    —¿Un muerto, dices? ¡Pa muerto yo, que me va a dar algo como no aparezca!
    —¿El qué? −ella hizo una pausa, fingiendo interés−. No me digas que has vuelto a perder las llaves…
    —¡Pero qué llaves ni qué leches! ¿Es que no sabes qué día es hoy?
    —¿Te crees que soy tonta? Me imagino que ya te habrán ingresado la paga de Navidad, ¿no?
    —En eso estaba yo pensando, ¡mira tú! —. Antonio atravesó raudo la cocina, pasó al lado de su mujer, la esquivó pese a que ella le estaba ofreciendo los labios y se perdió en el pasillo.
    A pesar del desplante, María sonrió. Le había costado horrores controlar sus nervios y disimular la risa. Su marido era tan despistado que se volvería loco rebuscando por todas partes lo que fuera, maldeciría en distintas lenguas muertas antes de hacerlo y la traumatizaría mientras en el intento. Pero esa vez era diferente. La ama de la casa tenía la sartén cogida por el mango, nunca mejor dicho.
    —¡Maríaaa! −sonó un bramido desde alguna parte de la casa.
    —¡Quééééé! −en la distancia, ruidos de cacharros cayendo con estrépito al suelo—. ¿Pero qué haces?
    —¡Cagüentodoloquesemenea! −fue escuchando María cada vez más cerca. Enseguida volvió a aparecer Antonio en la cocina, con los labios apretados y unos pedazos de porcelana esmaltada en la mano.
    —¡La madre que te parió! −lamentó ella, dejando caer con rabia la sartén sobre el fuego—. ¡Ese era el último plato sano del ajuar!
    —¿No me digas? −contestó él, abriendo el cubo de la basura−. Si no dejaras las cosas en medio cuando limpias…
    —¡Será posible…! Ha ido a hablar Don Ordenado.
    —¡Sí, ese soy yo! El que había dejado el décimo de lotería dentro de la ensaladera del puto ajuar.
    −¡Acabáramos! Todo este maldito revuelo por ese décimo. Pues vaya, chico, ni que nos hubiera tocado…
    —Eso quisiera comprobar yo de una vez. Que vengo del bar todo nervioso porque han dicho allí que ha tocado uno de los premios en la administración del barrio.
    —¡No jodas! ¿El Gordo?
    —Ojalá! Pero me parece que no, que ha sido un cuarto o un quinto, no lo sé. Como coincidía en algunos números con el que compramos en la administración, he venido cagando leches para ver si es el nuestro.
    —¡Madre mía, qué ilusión! −María seguía al dedillo su papel tal y como había pensado—. ¿Y cuánto nos habría tocado entonces?
    —Pues no sé exactamente pero… —Antonio elucubraba frunciendo el ceño y con los brazos en jarra—. Creo que alrededor de un millón.
    —¿De euros?
    —¡Anda, flipada! ¡De pesetas!
    —Perdona, ¡eh!, que yo aún no me aclaro bien con el cambio —se había molestado con la reacción de su marido, pero decidió no darle importancia y seguir con el juego—. Me figuro que lo habrás encontrado ya, ¿no?
    —¡Que no, joder! —Antonio no dejaba de moverse de un lado a otro de la cocina pensativo—. Ayúdame a buscarlo, anda, que estoy histérico perdío.
    Ya no sabía dónde meterse. María iba a explotar de la risa en cualquier momento. Él salió raudo de la cocina y volvió al salón. Ella lo siguió intentando contenerse y pegada a sus talones como si fuera su sombra.
    —¡Dónde lo habrás metido! —lo provocaba.
    —¡Estaba aquí donde te he dicho! —señaló a la librería modular justo donde se encontraba la ensaladera. Estaba vacía—. Seguro que tú lo cambiaste a vete tú a saber dónde.
    —¡Ya estamos echando la paja al ojo ajeno! Qué majo eres. En vez de guardar las cosas importantes donde deben estar, siempre las vas escondiendo por ahí y luego, “¡ay, que no las encuentro!”
    —Pero si sabes que todos los años dejo los décimos en el mismo sitio, mujer —intentó justificarse—. A ver qué ha pasado con éste ahora.
    —¿Y estás seguro que ha tocado de verdad? ¿No te habrán tomado el pelo como aquella vez? ¿Te acuerdas?
    —¡Anda, calla! —se sonrojó.
    —Tus amigotes del bar te hicieron creer que te habían tocado los Euromillones.
    —¡Que te calles y busques mejor, joder! —sus intentos de escurrir el bulto lo acaloraron y sus carrillos se tornaron rojos como tomates.
    —¡Ay, que me da la risa! A veces eres más simple que el mecanismo de un boli —Tantos nervios y emoción contenidos hizo que María se desinflara de pronto. A lo mejor, pensó, estaba alargando demasiado la broma.
    —Pa reirme estoy yo… —cabeceó Antonio, irritado—. ¿Puedes parar ya? No me hace ni puta gracia, ¿eh?
    —Que sí, tonto −logró calmarse y después lo miró con ojos llorosos. Pese a que era un desastre y un bobo, no podría nunca dejar de quererlo—. Anda, ven aquí, desastrecillo mío… —, y lo abrazó con pasión.
    —Pero, ¿qué haces? ¿Ahora te pones cachonda?
    —Venga, vamos a aprovechar ahora, que no ha llegado aún el chico del cole.
    —¡Que no! —se resistió intentando separarse de ella—. Que hay que encontrar el décimo, y luego a celebrar el premio. ¡Seguro que ya está todo el barrio en la puerta de la administración celebrándolo! Y las cámaras de televisión.
    —¡Ay, chico! Mira que eres soso. Para una vez que estoy más caliente que un horno… —se apartó de él con un gesto de hastío y suspiró. Ya se cansaba de la broma—. Anda, mete la mano aquí —añadió, señalando el bolsillo del delantal.
    —¿Para qué? ¿Qué escondes ahí? —Intrigado, estiró la mano hacia ella.
    —Espera, aún no… Dime, si nos ha tocado la lotería, ¿dónde gastaremos el dinero?
    Antonio empezaba a mosquearse. Desde que había llegado a casa, su mujer estaba muy rara. Primero se había enfadado con él, luego se había descojonado y, finalmente, había caído en un celo súbito y pasmoso. Ni durante el periodo ella actuaba así de extraño.
    —¿Y ahora a qué viene eso?
    —Necesito saber en qué habías pensado gastártelo. ¿Tan difícil es eso?
    —Bueno, para eso no hace falta discurrir mucho. Yo había pensado que nos podíamos cambiar de coche. Este ya tiene unos años.
    —¡Pues va a ser que no! —reaccionó enojada, pues esperaba una contestación parecida—. Yo quiero hacer un crucero de lujo por el mediterráneo.
    —¡Seguro! Y yo ir en cohete a la Luna, ¡nos ha jodido!
    —Eres… eres lo peor —masculló sin poder aguantarse—. Anda, toma, que lo estropeas todo.
    Con enfado y desgana, María introdujo su mano en el bolsillo de su delantal y sacó un pequeño papel impreso. Antonio no pudo dar crédito cuando lo vio.
    —¡Mecagüen…! Lo tenías tú todo el tiempo, ¡serás guarra!
    —¡Eso por despistado! Que siempre andas igual. Para otra vez seguro que espabilas.
    —¡Qué retorcida eres! Hala, dámelo.
    Ella se lo apartó justo cuando estiró la mano hacia él.
    —Que sepas que se hará el crucero o si no te quedarás sin sexo durante todo el 2012. ¡Y esta vez no es coña!
    —¡Vaaaleee! —asumió resignado—. Tú ganas, pero dámelo ya y vámonos pa la administración —cuando se disponía a coger el décimo, se detuvo—. ¿No los oyes?
    —Sí, lelo, sí. Llevo rato oyendo claxon de coches y gritos en la calle. Como si hubiera caído el quinto premio en el barrio…
    —Con que ya lo sabías, ¿eh? —la miró a la cara sonriendo y, por un instante, le entraron ganas de besarla—. Qué perraca eres.
    —Es lo que tiene estar en casa de ERE y poder ver el sorteo en directo, ¡listo!
    —Oye, ¿y si dejamos el crucero para 2013? —dejó caer de pronto mientras le arrebataba el cupón con una mano y con la otra la atraía hacia él—. Mira que este año están los precios de los autos por los suelos y hay que aprovechar…
    —¡Vete por ahí!
    Antonio la calló con un beso en los labios y ella lo agarró del trasero. Lo suyo hubiera sido, como colofón final, que luego se hubieran arrimado y dejado llevar por las hormonas hasta acabar desnudos haciéndolo en el mismo suelo (o contra la librería modular), pero entonces él comenzó a olisquear algo raro y se sobresaltó.
    —Oye, Mari, ¿no hueles eso?
    —¿El qué? Yo no huelo a nada, y eso que tengo mejor olfato que… Ostras, sí… ¡Mierda, la sartén!
    No les hizo falta llegar hasta la cocina para contemplar el desastre; una densa humareda negra comenzaba a invadir el pasillo y extenderse por toda la casa.
    —¡Dios mío, Antonio! ¡Que nos quedamos sin el crucero! —lamentó María cuando entró a la cocina.
    —¡Mi coche nuevo! —maldijo el otro sollozando, a la vez que abría la ventana que daba a la calle con el décimo en la mano. Ella, mientras, sin percatarse de la imprudencia de su marido, había abierto el cajón donde guardaba los paños, los había sacado y se disponía a remojarlos bajo el grifo.
    —¡Mierda! ¡No!
    —¿Qué pasa, qué pasa? —chillaba frenética sin mirarlo. Toda su atención se centraba entonces en arrojar los paños húmedos sobre el fuego y no dejar que el humo la asfixiara.
    Pasados unos segundos había conseguido extinguir las llamas y, tosiendo profusamente, se volvió para buscar a Antonio. La fuerte corriente de aire que entraba por la ventana hacía que el humo no saliera al exterior y lo concentrara más aún dentro. Lo encontró asomado a la calle, con la mirada perdida y las manos sobre la cabeza.  

—A tomar por culo los seis mil euros —pronunció con voz queda.
   
   

D.R.G.