jueves, 12 de julio de 2012

Reseña y presentación de "INSOMNIA. RELATOS PARA NO DORMIR". Antología de NOCTE publicada por Grupo Ajec.

Esperaba esta antología como una opípara comilona en época de hambruna, y vislumbrar previamente el título de la obra, la macabra portada y tan ilustre y terrorífico elenco de autores, me puso los dientes largos y algún apéndice de mi cuerpo demasiado irrigado; bastante más que la satisfacción obtenida, tal vez, por haberme dejado llevar por el entusiasmo ante mi consumismo ávido de las publicaciones de Nocte y por intentar analizar la obra de forma global.


La selección de relatos llevada a cabo por el gran Joe Álamo (Tom Z. Stone) se ha basado en trece textos (¿casualidad dicho número?) finalistas y/o premiados en certámenes donde participaron los autores de “Insomnia”. Son trabajos muy distintos pero todos ellos originales, inquietantes, desasosegantes e hilvanados por el imaginario tan creativo de las mentes nocteñas. 
Bajo mi criterio, hay algunos que sobresalen más que otros, pero en definitiva, Álamo ha confeccionado una antología más que correcta, cuyos relatos no han sido creados expresamente para la ocasión, y eso tal vez influya al lector si busca analizar el resultado en conjunto y se deja llevar por el cartel de la obra y el prestigio de género de los Jasso, Tamparillas, Fermín Moreno, Bribián, Bueso, etc. En este sentido, se aprecia la antigüedad de algunos de estos trabajos al analizar su calidad, ya que varios de sus autores han evolucionado notablemente desde estas publicaciones.

Conviene disfrutar mejor este libro relato a relato, historia tras historia; “Insomnia, relatos para no dormir” se convierte pues en la lectura ideal para ocupar nuestras mesillas y estremecernos en esas noches en las que menos queremos relajarnos y dormir placenteramente.
Leed cada relato como una única experiencia adictiva e inquietante. Disfrutareis como los niños que se arrebujan bajo las sábanas con una pequeña linterna y un buen cuento de terror.

Os dejo aquí unas breves sinopsis de todos los relatos que componen "Insomnia", para que juzguéis vosotros mismos:

Bola de mierda, de Emilio Bueso. – Una divertida e inquietante historia de fantasmas con el sello genuino y “sucio” de su autor.
“Bola de mierda” es un antiguo convicto que intenta reinsertarse de nuevo en la sociedad y que trabaja de guardia en un garaje. Sus continuas comeduras de tarro y sus problemas personales se agravan la noche en la que un misterioso personaje hace acto de presencia en su garita.

La noche de la sangre, de David Jasso. – Una ofrenda ritual es el leitmotiv del trabajo de David Jasso. Un cuento breve pero certero, de bella prosa, donde el zaragozano hace lo que mejor sabe, jugar con la angustia de la muchacha protagonista a la vez que anticiparnos el cruel destino que se le avecina.

La apertura Slagar, de Santiago Eximeno y Alfredo Álamo. – La partida de ajedrez más rápida y mortífera que dos jugadores pueden esperar. La jugada certera que desencadena el mal se llama “la apertura Slagar”. Una historia policiaca muy sangrienta.

Yamata-No-Orochi, de Sergio Mars. – Con un ligero aroma lovecraftiano, Mars nos lleva a alta mar, a una gruta submarina inexplorada donde parecen hallarse los vestigios de una civilización tan antigua como la vida misma. El terror psicológico se impone a la irrupción de bestias marinas. Aquí el monstruo está dentro de uno mismo.

Schlitze, de Javier Quevedo. – Un relato intenso y descriptivo, bien llevado, donde la actuación de un peculiar payaso de circo es el eje principal, y su “truco” de magia el ingenio más macabro.

Hacia el Sur, de Juande Garduño. – Si alguien leyó “La Carretera”, de Cormac McCarthy, está de enhorabuena. Una hipotética continuación bajo el criterio continuista de Juande Garduño.

El contador de personas, de Roberto Malo. – El particular oficio desempeñado en las salas de cine lleva a su protagonista a ejercerlo hasta en su rato de ocio. Inevitablemente. De incógnito. Un trabajo desquiciante que sobrepasa a su hacedor hasta límites insospechados. Interesante relato de uno de los genios más irónicos y prolíficos de Nocte.

Todo es empezar, de Pedro Escudero. – De trabajos peculiares seguimos hablando, esta vez de uno más funesto. Un joven aprendiz de enterrador bajo la doctrina de su veterano maestro, paseando entre lápidas y experiencias tétricas, cambiará de opinión cuando conozca todos los entresijos del camposanto y a sus singulares moradores. Nunca más ganará a las cartas, garantizado.

Comer, de Óscar Bribián. – El aviso de unos vecinos al 091 alerta a una patrulla de policías de Zaragoza. Han escuchado gritos en una vivienda. Los agentes acuden allí. Un edificio antiguo, prácticamente en ruinas. Allanamiento forzoso. Cautela, hedor, sopor. Descubrimientos horribles. Una experiencia inolvidable… y macabra.
La imaginación truculenta y el ingenio de Bribián han deformado la realidad de un trabajo cotidiano de la policía para brindarnos un cuento con mucho ritmo y acción.

Sed, de Fermín Moreno. – Continuamos en Zaragoza (cómo no, si es cuna de varios miembros nocteños). Una extraña epidemia en el abastecimiento de agua aisla a la ciudad y a sus habitantes. Los víveres y el agua escasean. Se producen robos, hurtos, rapiñas en centros comerciales. Hay hambre y sed, mucha sed. Nuestro protagonista se las verá para conseguir algo de líquido, y sobretodo, lidiar con sus congéneres. Un trepidante relato que te impedirá dejar de leer.

Premiere, de Rubén Sánchez Trigos. – Nunca una proyección de cine estuvo envuelta en un halo tan misterioso y mortífero. Si sales vivo de la sala, será todo un milagro. Y si no, que se lo pregunten al protagonista de esta original historia. Llama la atención este trabajo de Sánchez Trigos, para mi gusto uno de los mejores de esta antología.

La senda infinita, de José María Tamparillas. – Vamos concluyendo in-crescendo esta desasosegante obra, y nos topamos con nuevos relatos que no sólo aumentan la calidad de la misma, sino que la enriquecen y dotan de buen paladeo al lector. Es el caso de “La senda infinita”, trabajo seleccionado hace algún tiempo para una de las entregas de las antologías “Calabazas en el Trastero”. En él, Tamparillas nos habla de la curiosa carrera profesional de un director de cine B español de allá por los años 70 (son inevitables las comparaciones con Jess Franco, por ser prácticamente el único referente) que arrastra un lastre emocional difícil y pesado que un día decide soltar a la persona menos esperada. Como he dicho antes, otra joya con reluciente fulgor dentro de “Insomnia”.

Secuencia, de J.E. Álamo. – Sería ilógico que el seleccionador-coordinador de esta antología no aprovechara la coyuntura para deslizar su talento entre sus páginas. “Secuencia” cierra esta obra con originalidad y maestría; es la historia (repetida) del dueño de un bar que recibe cada día la extraña visita de un curioso personaje que se anticipa a todos sus movimientos, como si supiera exactamente lo que se dispone a hacer y decir en todo momento. Todo tiene su explicación, su –digamos- raciocinio, pero debes ser tú, lector, quien lo descubra.



Presentación de "INSOMNIA. Relatos para no dormir"
FERIA DEL LIBRO DE ZARAGOZA
6 de junio 2012

Como no podía ser de otra forma, un servidor no desaprovechó la ocasión de acudir a la cita y apoyar a sus escritores favoritos. 
Estas fotos dan buena muestra de ello:

El público "tembló" cuando estos maestros del terror
hicieron acto de presencia en Capitanía.
De izqda. a dcha: David Jasso, J.M. Tamparillas,
Óscar Bribián y Roberto Malo.


El mendas, junto a otro "maestro" pero de la corrección,
como es Fernando Martínez Gimeno.
(Esta foto iba dedicada al Tito Athman, todo hay que decirlo)


Tamparillas, todo un orador, introduciendo al público
en la tétrica atmósfera de "Insomnia".


Don Roberto es de todo menos "malo".
¡Qué labia, qué talento, qué desparpajo
tiene este hombre!


El gran Jasso, autor de "La noche de la sangre",
bajo la atenta y feliz mirada del creador de "La senda
infinita".


El curioso "making off" de la foto que apareció en
"El periódico de Aragón".


Visibles gestos de satisfacción en sus rostros.
(a pesar de que la lengua viscosa de la calavera lama
con fruicción la mano de David).


¡Qué majicos, oye!
(Tampa acusa a Jasso de alguna fechoría)


Un escritor más en esta peculiar terna.
(Paciencia, chicos, seguro que el día menos pensado
sostenemos un libro todos juntos)
 Un libro tan adictivo que hasta las nuevas generaciones
no pueden esperar a leer.
 Aquí los autores firmando ejemplares 
en la caseta de Independencia.












¡Menudos esgarramantas!
(Sobretodo el de la derecha)

Buenos escritores y mejores personas, sin duda.



Bueno, queridos bloggers. Con esto y un bizcocho, fin de la entrada. Espero que os haya gustado y que estéis esperando ya la siguiente.

¡Un abrazo y feliz verano para los que estéis de vacaciones!



D.R.G.













domingo, 1 de julio de 2012

OBSIDIANA... Y PIMIENTOS ROJOS.


Daniel hunde su mano en la arena. Millones de granos de roca, sal y otros minerales se compactan entre sus dedos y la palma. Justo después, en cuanto levanta la mano unos centímetros, abre los dedos y siente el roce de elementos deslizarse entre ellos. No puede percibir el siseo que producen, pero lo intuye. El rugido interminable de las olas precipitándose hacia la costa le impide escuchar nada.
            Mira entonces a la orilla. Está plagada de algas rojas arrastradas por la corriente. Parecen las mismas entrañas del océano, puestas al sol frente a sus ojos. ¡Si ella le escuchara decir eso! Los turistas de piel lechosa no lo saben, y los niños que llevan con ellos se divierten pateando pedazos enormes de pimientos rojos.
            Daniel no puede evitar sonreírse. Se imagina en ese momento a Irene trajinando en la cocina con el cuchillo y los pimientos de piquillo, y a él entrando sigilosamente por detrás y soltándole con cariñosa malicia lo de las algas, los pimientos y las entrañas. Entonces se esfuma su sonrisa. Como no, los dientes de ella y el cuchillo pugnarían por el premio al objeto más contundente y brillante, y a él no le quedaría otra que agachar las orejas y huir con el rabo entre las piernas.
            El mar. Está picado. El cielo, gris, como no puede ser de otra forma en Puerto de la Cruz, anuncia visos continuos de una tormenta que nunca acaba de estallar. Sin embargo, el sol está siempre ahí, oculto, agazapado entre las nubes, calentando desde un segundo plano. Daniel lo sabe, aunque la agradable brisa marina que refresca su piel lo camufle. También sabe que Irene está a su lado, los dos sentados en la arena dejando que el malsano aire peninsular que acaban de dejar atrás deje paso a vientos nuevos de calma.
            Vuelve a hundir la mano en la arena -¿cuántas veces lo habrá hecho ya?-, esta vez observa esas diminutas motas verdosas que aparecen salteadas entre los granos de roca; “obsidiana”, se dice. Está por todas partes, es el mineral más comerciado de la isla. Quizá si juntara muchos de ellos, piensa, o escarbara un poco más, se toparía con un pedrusco de esos que refulgen apetitosos en los escaparates de las tiendas, de esos que mujeres como Irene codician como si fueran un tesoro. Si lograra encontrar uno de esos, quizá ella le valoraría más. Duda unos segundos y después abre sus dedos, dejando escurrir la arena.
            —¿Verdad que es maravilloso? —dice ella de pronto.
            Daniel, sorprendido por el silencio roto, gira el cuello hacia la que podía haber sido su mujer. Ella ni siquiera le está mirando, sólo entrecierra los ojos en dirección al mar, con una extraña mueca torcida en la boca que no acaba de formar una sonrisa. Él hace un mohín y agacha la cabeza. Vuelve a hundir su mano en la arena.
            —Te digo que esto está muy bien –insiste ella, girándose molesta hacia el que podía haber sido su marido—. Por una vez, tendré que darte la razón.
            —¿La razón de qué? —pronuncia Daniel sin mirarla, levantando su mano llena de granos de roca y obsidiana.
            —Que nos iba a venir bien esto, el viaje. Nos hacía falta después de echarlo todo atrás, ¿verdad?
            Daniel deja caer la arena de golpe, como si de repente los diminutos granos de roca y obsidiana se hubieran tornado finos y cortantes, y levanta entonces la vista hacia el mar. Parece bastante más picado que hace unos instantes. Una ola inmensa parece formarse a cientos de metros de la playa, enormes borbotones blancos de espuma que vienen hacia ellos surgidos de la nada, dispuestos a llevarse por delante toneladas de arena y obsidiana, pimientos rojos y voces en grito. Daniel traga saliva mientras vuelve a hundir la mano en la arena. No le hace falta ver cómo se forma la ola gigante, la oye rugir mientras sus ojos permanecen fijos en sus dedos.
            —Irene, yo…
            —Te quiero.
            Justo en ese instante, cuando la ola rompe con estruendo en la orilla, escuchan los gritos de los niños. Los dos miran ansiosos para ver qué ocurre. La ola sólo ha sido un desagradable revolcón para los críos y la diversión más absoluta para los padres. Pero eso no es lo que más llama la atención de Daniel cuando se retira el agua espumosa de la orilla.
            —He dicho que te quiero —insiste ella con voz temblorosa.
            Daniel deja de nuevo que la arena se deslice entre sus dedos. Despacio, como si se resistiera a dejarla marchar, como si temiera que se fueran para siempre los resquicios del bendito mineral que albergaba.
            —Maldita sea, Irene. —Daniel suelta una carcajada antes de deshacerse en llanto—. Los pimientos, los pimientos rojos… Se los ha llevado el mar.




D.R.G.