miércoles, 28 de diciembre de 2011

LLUVIA

Mi humilde homenaje a José María Tamparillas y su relato "Mientras llueve en la ciudad", de su primer libro "Carne de mi Carne".
Espero que os guste a todos, incluido al "homenajeado", ¡jajaja!
Salud(os).


 LLUVIA


Lluvia.
De niño le habían contado una vez que aquellas gotas que repiquetean ahora en el cristal de su ventana eran las lágrimas de los ángeles, que se afligen cuando observan nuestro mundo desde el cielo y no pueden hacer otra cosa que llorar de pena e impotencia.
Tal vez, cuando la lluvia haya cesado y se haga manifiesto el primer atisbo de luz, Luis vuelva a recordar con una sonrisa lacónica aquella afirmación que su inocencia le hizo creer a pies juntillas. Ahora, desgraciadamente, siente el mal tan cerca, al otro lado del cristal, que no puede evitar estremecerse. Una fina barrera no puede atenuar su inseguridad, no podrá detener a un ser tan escurridizo, despiadado y poderoso.
            Sabe que está a salvo, sí, pero sólo por el momento.
           
Es de noche y ha comenzado a llover de nuevo en la ciudad.
            Ha llegado el momento en que esa agua descendente, fría y viscosa por haber filtrado la suciedad del aire, empapará la piel de los transeúntes desprevenidos y se filtrará por todos sus poros.
Luis ya conoce lo que les espera a aquellos que son penetrados por esa lluvia ponzoñosa y afilada. Todo el veneno que cae del cielo se mezclará con sus pecados, con su propia maldad interior, en una fusión terriblemente perfecta de la cual germinará un limo espeso capaz de corroer corazones y almas. Y lo que no transmute a los hombres, aterrizará en el suelo y se corromperá formando charcos; balsas oleaginosas de líquido negruzco y pútrido que anidan junto a las aceras, que erosionan y pervierten los baches del asfalto donde acechan agazapadas a sus víctimas, antes que estas cometan la osadía –o la temeraria imprudencia− de profanarlas con sus pasos.
            Hace dos días, Luis había contemplado perplejo y horrorizado cómo se hundía en uno de ellos el hombre de la gabardina gris, devorado lentamente ante sus ojos por aquel fangal animado de aguas turbias y, desde entonces, no había podido borrar esa imagen de su cabeza. Todavía resuenan en ella los gritos desesperados de aquel hombre y sigue percibiendo todo el dolor y la angustia que había padecido en ese momento, como si hubieran calado en él para siempre. Luis había llegado a sensibilizarse tanto con el sufrimiento de la gente expuesta a la lluvia porque sabía que, tarde o temprano, ella también le atraparía.
            Mientras estaba tan absorto con sus infaustos presagios, las gotas que contemplaba a través de la ventana han dado paso a un torrente intenso de agua que se desliza inexorable por el cristal. Luis retrocede por instinto al contemplar su propio reflejo deformado en la pantalla acuosa. Hoy más que nunca siente que la lluvia le reclama porque ha visto y sabe demasiado y nadie puede huir impune de ella. “¿Cuánto tiempo me quedará?”, se pregunta. Su propio miedo podría responderle que es sólo cuestión de tiempo.



D.R.G.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Cómo publicar comentarios en el blog

Hola, amigos!

No paro de recibir correos y mensajes de seguidores del blog diciéndome que no saben cómo publicar sus comentarios. Como todavía no os aclarais y casi nadie deja ninguno (lo cual tiende a mosquearme, porque con 675 visitas, que nadie opine nada, ya sea bueno o malo... en fin, serafín), os explico a continuación los pasos sencillos para hacerlo;

-Lo primero es tener una cuenta en Google (correo de Gmail)
-Después, escribir lo que querais en el espacio de los comentarios y, antes de darle a la tecla de "publicar", seleccionar la acción: "como cuenta de google", que ya os tiene que aparecer por defecto o tendréis que iniciar sesión en Gmail.
-Por último, creo que te piden, para verificar tu comentario, que introduzcais una serie de caracteres fáciles de visualizar y, ¡ya está! Gracias por haber comentado mis relatos y todo eso.

Y problema resuelto. Espero que os haya solucionado vuestras dudas. Ya sabéis que aquí estoy para lo que necesitéis (¡y para que me comentéis también!).

Un abrazo a todos!

jueves, 15 de diciembre de 2011

LOCURA DE AMOR

Un relato, como dirían algunos, un poco "moñas", pero cargado de intención y dramatismo. Es lo que se me ha ocurrido de improviso, pues os había dejado pendientes de la parte final de "La Enviada", que estoy retocando debidamente para ofrecéroslo en condiciones.

Espero que os guste. Es un tema muy diferente a lo que habéis leído hasta ahora, pero no deja de ser válido. ¡Y sin cortes!

Saludos.


LOCURA DE AMOR


            —Ya sé lo que te pasa… Quizá es que ya no me quieres −dijo mirándome fijamente a los ojos.

No pude más.
            A esas alturas era imposible empatizar con ella de manera racional o, al menos, de una manera más cuerda. Creí que en ese momento había perdido a Lucía, mirara por donde mirara. Hacía tiempo que ella, a causa de sus problemas e inseguridades, me había abandonado. Pensar justo lo contrario y desviar la vista hacia otro lado ya no tenía sentido. En ese momento sentí que era mejor actuar, o yo también caería con ella.
            −Quizá tengas razón –le solté de pronto.
            Entonces, ella dio un respingo y me miró con expresión asustada.
Pese a ello, vislumbré de nuevo una esperanzadora cordura en sus ojos.
            −¿Cómo?
            −Que ya no te quiero, que no tiene sentido lo nuestro. He querido pensar lo contrario, pero ya no puedo engañarme más ni engañarte a ti. Esto tiene que acabar de una vez.
            Lucía no replicó. Se levantó inmediatamente del sofá y fue derecha hacia el pasillo despacio, arrastrando sus pantuflas. La escuché detenerse en la puerta de nuestro cuarto. Desde allí continuaría hablándome, como solía hacer.
            −Pero mañana me querrás de verdad, ¿a qué sí, Raúl?
      −Seguro, mi vida –alcé la voz para que me oyera−. Seguro, te lo prometo.
      −¿Y cómo sabes que estás seguro de ello? ¿Quién te dice que mañana…?
            Hizo una pausa inesperada. A algunos metros de ella, sin tener campo visual directo de su triste figura, la imaginé cabizbaja elucubrando para sus adentros, fustigando la locura que asolaba su mente con tímida pero certera maestría.
Pocos segundos después, su apresurado caminar de arrastre y zozobra.
La cama pareció recibirla con inusitada alegría por los crujidos de los muelles del colchón.
            Todo sonaba distinto. Ilusorio o no, pero bien diferente.

            No esperé a la mañana para consultarle al doctor.
Serían alrededor de las once de la noche, quizá no una hora propicia para contactar con él, pero a buen seguro no hubiera podido conciliar el sueño si no hubiera realizado aquella llamada. La emoción me impidió acertar al principio con el número de la agenda, pero finalmente lo conseguí.

            −¿Hola?
            −¿Doctor Alcaraz?
            −Sí, soy yo. ¿Quién es?
            −Raúl, el marido de Lucía Asenjo.
            −Asenjo, Asenjo… ¡Lucía! ¡Ah, sí, sí! Perdón por no haberle reconocido antes. Me ha pillado frito en el sillón, ¿sabe?
            −Lo siento, doctor. Ya sé que no son horas, pero usted me aconsejó que lo llamara en cuanto viera algún atisbo de mejoría en mi mujer.
            −La terapia de choque, Raúl, no tiene otro misterio. Tarde o temprano resultaría. Una simple frase o comportamiento diferentes a las que ocasionaron el trauma y poco a poco la iremos sacando del bache.
            −Sí, es estupendo…
            −Bien, cuéntame, ¿qué ha sucedido? ¿Cómo has obrado el milagro?

Estaba a punto de contestar al doctor cuando escuché unos gritos en la calle a través de la ventana.
            Un terrible escalofrío sacudió todo mi cuerpo, recorriendo mi espina dorsal como un latigazo. El móvil se escurrió entre mis dedos agarrotados y se hizo pedazos contra el parqué. Sólo un mal presentimiento; Lucía.
            Corrí frenético y con el corazón desbocado hacia la ventana. Fui a sacar la cabeza hacia el exterior, pero se me olvidó descorrer del todo el cristal. Un lamentable golpe que no me dio tiempo siquiera a lamentar.
Miré directo unos treinta metros hacia abajo, con el corazón ya saliéndome por la boca, esperando encontrar su cuerpo inerte estampado contra la acera.
            Afortunadamente, allí no se encontraba Lucía.
Una señora mayor con una miniatura de perro había sido la causante de aquel alboroto, que desde el otro lado de la calle señalaba desesperada hacia más o menos mi dirección.
            Fue entonces cuando dirigí la vista hacia mi izquierda y la encontré aferrada de pie en la parte externa del balcón de nuestro dormitorio.
Lucía, completamente desnuda, desafiando al vacío.
            −¿Qué haces ahí? Anda, haz el favor de no hacer tonterías. Espera, que voy.
            −No, Raúl −gimió−. Tú mismo me has dicho que me quieres tanto que serías capaz de morir por mí.
            −Pero eso sólo es una manera de hablar, mi amor.
            −¿Ves? −gritó esa vez−, a eso me refiero yo, que no me quieres tanto como dices. Si me quisieras de verdad, te arrojarías sin dudar como voy a hacer yo.
            −Entonces, ¿prefieres que me tire yo por ti? ¿Eso es lo mucho que me quieres?
           
            Lucía hizo una de sus pausas reflexivas y agachó la cabeza con la mirada perdida hacia el abismo. De nuevo, sus delirios, sus fantasías. La locura que nos consumía a los dos.
            Pude ver cómo se estremecía todo su cuerpo y la línea de sus costillas aflorar de la carne. Encontrarla así, mostrando toda su descuidada figura y aterida de frío, me sobrecogió y me llenó de pena.
Ya no dijo nada más y se quedó ahí rígida e inerte como los restos de un despiece.
No vacilé ni un solo instante más y me lancé en carrera hasta el dormitorio.
            Tuve que sortear su pijama y las braguitas en el suelo antes de llegar al balcón junto a ella. Todavía seguía anclada en los barrotes. Lloriqueando como una chiquilla culpable. Abajo, en la calle, barullo de gente y algunos gritos ahogados.
Fui cauteloso por miedo a que mi presencia la alterase y se soltara, pero cuando la tuve a escasos centímetros, la agarré fuertemente de las manos.
            −Tranquila, mi amor, ya estoy aquí. ¿Ves cómo te quiero tanto que no permito que te tires abajo?
            −Pero nunca me querrás como yo te quiero.
            −¿Ah, sí? −Consigo alejar la mitad de su cuerpo del vacío. Sus pechos caídos, casi planos, apoyados ya sobre la barandilla. Oigo algunos aplausos−. ¿Quieres que me desnude entonces y nos tiremos los dos? ¿Quieres que nos matemos y así no darnos la oportunidad que estamos buscando?
            −¡No seas tonto, Raúl! Sólo dime de una vez por qué lo hiciste.
      −Que por qué hice el qué.
      −Que por qué me engañaste con otra, por qué me dejaste de querer−. Se resiste a echar una pierna dentro del balcón. Sigue la alegría y el jolgorio más abajo.
−Yo nunca hice tales cosas, mi vida. Sería incapaz de querer a otra persona que no fueras tú porque mi corazón sólo te pertenece a ti y a nadie más.
−Entonces, ¿por qué nunca consigo creerte? ¿Por qué me haces pensar que ya no me quieres?
Cuando tiene esos escasos momentos de lucidez, es difícil dar con la tecla, explicárselo sin que le resulte traumático.
      −Porque quizá me quieras tanto que no eres capaz de ver más allá de eso, y el miedo a perderme te esté confundiendo de esta manera. ¿Lo entiendes, Lucía? ¿Eres consciente de que este comportamiento te está haciendo mucho daño y que nos está alejando al uno del otro?

La fe que un día perdió fue retornando a su mente desequilibrada en forma de chispazos; pequeños atisbos de esperanza.
            Anonada, confusa terriblemente por hallarse en cueros en el balcón de su casa, fue abrazada casi de forma violenta por mí, su recién recuperado esposo. Ese que siempre le había sido fiel en obra pero que no lo sería jamás en sus pensamientos.
            Enseguida, conseguí que Lucía volviera a dedicarme una de sus afables medias sonrisas. Mientras, se escuchaban sirenas de emergencia en la lejanía. Eché un vistazo abajo y encontré un tumulto considerable de espectadores vitoreando una especie de victoria; un triunfo provisional a la locura.
            −Es hora de volver adentro, mi vida.
            −Ayúdame, Raúl. No sé lo que me está pasando, pero prométeme que me ayudarás a salir de esto, cueste lo que cueste.
            −No lo dudes nunca, cariño, ahora ya sé cómo hacerlo. Pero tú debes prometerme una cosa.
            −¿El qué, mi amor?
            −Que tú no dudarás nunca más de mi fidelidad.

            Ella no me aseguró nada, ni siquiera me contestó. Pero aquella expresión en sus ojos húmedos me confesó que, al menos, lo seguiría intentando.




D.R.G.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Presentación del libro "CARNE DE MI CARNE", de José María Tamparillas



¡Saludos, amigos!

Ayer, en la Biblioteca de Aragón, el escritor aragonés José María Tamparillas presentó su primer libro en solitario, "CARNE DE MI CARNE", una antología de relatos de terror psicológico en los que el Mal (en mayúscula, negrita y subrayado) cobra forma en cada línea, acción y personaje, dotando a cada uno de los seis relatos de su atmósfera propia.

Tamparillas no estuvo sólo en la palestra, pues le acompañaban en ambos flancos el genial David Jasso y el crítico literario Fernando Martínez, que actuaron de divertidos maestros de ceremonia.

Un servidor compartió impresiones con todos ellos e inmortalizó estas escenas con las diferentes instantáneas que os muestro a continuación:








Desde aquí quiero agradecerles, en especial a David Jasso, su amabilidad, cercanía e interés. Chicos, quiero estar un día con vosotros firmando ejemplares y dedicando vuestras emociones y sonrisas. Al menos, cuando me reuno con vosotros y charramos de nuestras cosas, me hacéis sentir uno más. ¡Mil gracias y hasta la próxima!

miércoles, 7 de diciembre de 2011

viernes, 2 de diciembre de 2011

Segunda parte de "LA ENVIADA". El enigma de Pequeña Diosa.


¿Qué secreto ocultan los indios navajo? ¿Serán capaces el sheriff Brannigan y el Reverendo Smith de resolver el enigma de Pequeña Diosa? Algo extraordinario está a punto de suceder en el interior del hogan del Gran Jefe, solo que ellos aún no lo saben...



LA ENVIADA (2ª parte)

“Tened cuidado de esos hombres, pues son peligrosos e ignorantes. Su falsa Historia está escrita con la sangre de quienes podrían recordar y de quienes buscan la verdad”. (Antiguo proverbio navajo).


           −Me estoy cansando de tanta cháchara, Reverendo –masculló el sheriff−. Este animal no sólo ha hecho oídos sordos a nuestras preguntas, sino que tampoco confesará lo que les hicieron a los padres de esta niña. Sólo quieren drogarnos con las hierbas para engañarnos como a los demás… ¿Reverendo? ¿Padre Smith?
            La impavidez y relajación que se marcaban en las facciones del Reverendo no evidenciaban otro estado que no fuera un trance. El sudor manaba de su cabello de manera profusa y caía a chorretones por sus pómulos hasta acabar colgando de su barbilla. Pero lo más impactante para el sheriff fue la visión de sus ojos, desorbitados en extremo.
            −… Entonces, la Estrella Azul nos trajo a la Enviada. Los seres sagrados fueron bondadosos y enviaron a Pequeña Diosa para guiarnos y ofrecernos su poderosa ayuda… −narraba el traductor.
            Brannigan estaba tan atónito frente a la transformación del reverendo que apenas prestaba atención al relato del navajo. Fue entonces cuando su rodilla ardió y comenzó a latir violentamente como un corazón desbocado. La sensación era indescriptible, pero Brannigan no pudo gritar ni gemir lastimado. Sólo pudo reaccionar cuando escuchó su nombre sonando dentro de su cabeza. Era ella la que lo llamaba con voz dulce. Se giró y encontró a la niña erguida, con los pies juntos en una posición casi ingrávida, rodeada de luz. Su pequeño cuerpo era todo energía, brillante y pura, donde sólo se veían sus enormes ojos azules llenos de estrellas.
            −Sé por qué has venido hasta aquí, Jeremiah –le dijo sin hablar, reverberando por todo su cráneo−. En realidad no le sigues a él, ni buscas las mismas respuestas que el resto.
            −¿Cómo lo haces? –pensó Brannigan, desconcertado−. ¿Cómo te has metido dentro de mi cabeza?
            −Yo no soy quien crees que soy, ni tampoco pertenezco a nadie. Ellos me llaman Pequeña Diosa, pero, en realidad, no tengo nombre.
            El Reverendo se había levantado sin que Brannigan se diera cuenta, y bailaba como los indios alrededor de aquel ser de luz, envuelto en la bruma mágica del chamán. El hechicero y los otros indios habían desaparecido. Parecía como si se hubieran evaporado a otro lugar o, quizá, nunca hubieran existido.
            −Ven a bailar con nosotros, Jeremiah –seguía hablándole la niña, con esa sonrisa eterna marcada en su rostro -. No tengas miedo, ven. Levántate y nunca más te dolerá.
            Su pequeña mano radiante se extendió hacia él mientras el reverendo no cesaba en su danza.
            “Una alucinación; sólo puede ser una maldita alucinación”, se decía el aturdido sheriff. Le echaba la culpa a las hierbas y al peyote, pero bien sabía en su interior que había algo más que se escapaba a su entendimiento y que sólo los navajos y el reverendo habían podido experimentar.
            Cuando el fulgor que cubría a la niña se encontraba en su máximo apogeo, en la niebla mágica comenzó a dibujarse una figura que parecía humana. Brannigan casi pegó un grito de asombro cuando descubrió que aquello que se materializaba ante sus maravillados ojos era su hija Margaret. Tan real y auténtica que no le cabía ninguna duda de que fuera ella. Pero lo más sorprendente fue que no estaba postrada en cama ni se quejaba del dolor de sus extremidades. Sólo bailaba. Margaret sonreía con inusitada felicidad y danzaba; se movía como una estrella de ballet grácil y esbelta, refulgiendo en el aire.
            −Por ella estas aquí, Jefe Brannigan –volvió a escucharla−. Cuando los hombres perdéis vuestra fe, sólo os queda desear lo imposible. A esto lo llamáis “milagro”. ¿No es lo que más ansiabas?
            Brannigan no dejaba de contemplar ensimismado a su hija, que seguía revoloteando hermosa y risueña junto al reverendo, ajena a todo.
            −Margaret… ¡Hija! Soy papá, ¿no me ves? Estoy aquí, ¡mírame! −. Quiso levantarse y alargar la mano hacia ella, pero un nuevo y terrible pálpito en su rodilla se lo impidió−. ¡Por Dios! ¡Déjame levantarme, muchacha! Quiero bailar con mi hija. ¡Quiero bailar!
            Un destello colosal le cegó durante unos instantes. Cuando recuperó algo de su visión, descubrió a la criatura elevándose sin perder un mínimo atisbo de su luminosidad y energía, ni siquiera su enigmática sonrisa. Margaret la seguía en su ascenso bailando, dejando una estela de brillos y luces destellantes a cada giro artístico de su cuerpo.
            −Margaret ha decidido bailar por ti, Jeremiah. Ahora ella es feliz.
            El reverendo cesó entonces su frenético baile y se arrodilló bajo el halo que dejaban ellas en su vuelo. El Padre Smith volvía a ser él mismo, rezando fervorosamente con la biblia entre sus manos.
            −¡Hija, no! ¡No te vayas! –gritó Brannigan, aferrando con una mano su torturada rodilla y con la otra, su viejo revólver desenfundado−. Pequeña Diosa, seas lo que seas, no te tengo ningún miedo. Como quieras llevarte a mi hija, ¡te juro que dispararé!
            En ese mismo instante, el Padre Smith se lanzó enloquecido sobre Brannigan e intentó arrebatarle el arma.
           
CONTINUARÁ...
 


jueves, 1 de diciembre de 2011

500 VISITAS

¡Gracias a todos, amigos! No han pasado todavía ni 3 semanas desde que me decidí a crear este blog y la cifra de visitantes ya ha superado los 500, que se dicen pronto. Si la cosa sigue hasta ritmo, no quiero ni pensar de qué cifra estaremos hablando en Navidad...

Por cierto, hablando de esas fechas, creo que algún relato sobre ello caerá por estas lindes. ¿De qué os gustaría que versara, dentro de la Navidad? ¿Y el género? Ya sabéis lo que tenéis que hacer, ¡opinad! ¡Proponedme! Ponedmelo difícil. Quiero conocer vuestros gustos e inquietudes, sobretodo la de mis seguidores, a los que les agradezco enormemente su fidelidad. Y al resto de visitantes, gracias también; por leerme de vez en cuando y por las más de 500 visitas con las que cuento. Os seguiré sorprendiendo.



¡Un abrazo a todos!