viernes, 17 de febrero de 2012

EL EFECTO DEL BROMURO: A la caza de Moby Dick

Amigos, amigas, ¿qué tal os pareció el comienzo de la historia? Un auténtico personaje nuestro poli, ¿no es cierto? Ahora que ya ha visualizado a su objetivo, veamos cómo se desenvuelve. Comienza la caza...



A LA CAZA DE MOBY DICK


No cabía la menor duda, era él. “Tal vez hubiera sido mejor idea llamar a los de Greenpeace”, pensé para mis adentros. “¡Salvemos a las ballenas!” Y pensar que este primo lejano de Moby Dick abría su blog con el mensaje personal: “Soy un alpinista erótico; Me encanta recrearme en la ascensión al Monte de Venus.” Me pregunté en ese momento qué diosa de lupanar estaría dispuesta a que le demoliera el monte púbico semejante Godzilla.
            El gordo se acercó a la barra. Desde mi posición se le veía nervioso, resoplaba. Me imaginé el tufo a sudor rancio que desprendería en cuanto me acercara a él. Acarició un vaso de tubo con hielo cuyo líquido ya debía haber ingerido. Me dio mala espina y poca confianza desde el primer momento, pero había que hacerlo. El operativo lo había montado yo por mi cuenta porque debía limar asperezas con los jefazos del departamento. Sólo tenía que salir bien; yo proporcionaba cierto material de contenido infantil a Bola de Sebo a cambio de una importante cantidad de euros, conseguía que me acompañara fuera y mi equipo se le echaba encima. El pedófilo acabaría entre rejas y mi reputación de nuevo por las nubes; un ascenso tampoco hubiera estado nada mal, pero…
            —¿Qué tal? —me coloqué a su lado sin que se diera cuenta. Moby Dick casi dió un respingo.
       —¡Joder! —reaccionó. Su voz era grave y lenta, como la de un retrasado—. Supongo que eres Bromuro69, ¿no?
           —¿Quién si no se hubiera acercado a ti en este garito con esa pinta que llevas, Brad Pitt? —Había que dejar el pabellón alto, la entrada triunfal siempre es importante.
            Nos quedamos un par de segundos mirándonos. Mis suposiciones eran fundadas; el muy cerdo parecía que no se había lavado en años. Al menos, el efluvio a ginebra que emanaba de mi americana me ayudó a soportarlo.   
            —Bueno… Será mejor que vayamos al grano, ¿no te parece? —añadió, frunciendo el ceño, señal de que mi comentario le había ofendido.
            —Para eso estamos aquí —le respondí incómodo, levantando los hombros—. ¿Vamos fuera?
            —No pretendía seguir mucho tiempo aquí con esta camiseta. No encontré otra cosa para llamar más la atención. —Autocrítica y humor negro, casi me parto de la risa. —Tengo la pasta en la furgo. Una negra que hay aparcada dos calles más allá —puntualizó. Le temblaba la voz. Su actitud comenzó a volverse sospechosa, sólo que su forma de hablar y sus estrafalarias pintas hicieron que la pasara por alto.
            —Por supuesto, amigo. El dinero siempre es lo primero.
            Parecía mi puta sombra. De camino a la entrada, me pisó dos veces el talón y me empujó con su barriga sebosa como si quisiera refrotarse conmigo. Los moteros levantaron sus copas en cuanto pasamos a su lado: ¡”Vivan los novios!”, gritaron, festejando con la ronda a mi salud. “No os atragantaréis, escoria”, mascullé. Para más “inri”, las fulanas de la puerta pasaron del gordo y fueron derechitas otra vez a por mi. “Pero si tenéis más carne aquí detrás. ¿Es que, además de guarras, estáis ciegas?”.
            Agradecí el aire fresco del parking. Había más furcias, pero ya estaban ocupadas roneando con unos clientes. Me sentía más cómodo ahí fuera, en la calle, como en los viejos tiempos. Busqué la zona en la que estaban los chicos con el coche; las luces estaban dadas, nos tenían cubiertos. Todo parecía ir según lo previsto.
            —Sígueme, Bromuro —me dijo el gordo—, es por aquí.
            Entonces fui yo su sombra. No le pisé premeditadamente los talones porque me asqueaba el enorme rodal de sudor que decoraba el fondo de bikini de su camiseta. Echaba rápido el paso, tenía demasiada prisa. No me quito la duda de si en verdad era así o sólo fingió ser algo retrasado para darme el palo. En el juicio no parecía más espabilado de lo que fue esa noche.
            Salimos del parking sin hablarnos. De hecho, intenté sonsacarle información sobre sus amiguitos del chat, pero el tío se hacía el sueco de mala manera o se limitaba a gruñir. “Da igual, ellos también caerán. Tú sólo vas a abrir la cuenta”. Menuda cara de asombro iba a poner el jefe en cuanto le llamara para comunicarle el arresto. Le iba a levantar de propio de la cama. Creo que me empalmé sólo de pensarlo. Iba tan ensimismado en ello que no me aseguré de si los chicos nos seguían. Fui gilipollas.
            Dimos un rodeo a la manzana y encaramos una pequeña avenida con poca iluminación. Había una docena de coches estacionados en línea a ambos lados de la calle, uno de ellos la furgoneta negra del gordo.
            —Está ahí delante —resopló. Le faltaba el resuello.
            Sólo había sido una corazonada cuando le había visto en el garito, pero entonces algo me dijo que la cosa no pintaba del todo bien. Me giré a comprobar la presencia de los chicos y no había rastro de ellos. ¿Qué cojones estarían haciendo? Si los había visto con las luces dadas, con el motor en marcha a buen seguro… ¡Se iban a cagar! En cuanto cerrásemos el operativo, les iba a expedientar a todos.
            Ya habíamos llegado a la parte trasera de la furgoneta y los cabrones seguían sin aparecer por la esquina. Si las cosas se torcían, yo era un hombre curtido, con recursos suficientes y un buen par de cojones. Sin mi pipa, eso sí, pues este tipo de operativo no precisaba forzosamente el manejo del arma y me la había dejado en la taquilla. Además, ¿por qué no? Sería divertido darle unas buenas ostias al gordo. Por pedófilo, apestoso y… gordo. Odiaba a ese tío. Aún lo sigo odiando.
            La furgoneta estaba aparcada con las puertas traseras de frente a nosotros. No había otro vehículo estacionado detrás y ninguna farola cerca para alumbrarnos, estábamos realmente a oscuras. Ni podía ver la matrícula. El gordo se acercó a la parte trasera y abrió sin más una de las puertas.
            —La pasta está dentro —dijo sin mirarme. Subió de un salto al compartimento y desapareció como si lo hubiera engullido la furgoneta.
            Pero, ¿qué cojones estábamos haciendo? Me había dejado arrastrar hasta allí sin asegurarme de la cobertura. Los chicos seguían sin dar señales de vida, cosa que ya me mosqueaba bastante. Introduje la mano de nuevo en la americana y volví a palpar el localizador. Lo pulsé varias veces seguidas. No estaba viendo ni torta y encima el gordo había dejado las puertas de la furgoneta abiertas. ¿Por qué no las había cerrado antes con llave? No me cuadraba nada en absoluto, pero estaba tan cabreado con el puto equipo de apoyo que no reparé entonces que era imposible que él llevara las llaves encima si sólo vestía unas bermudas viejas sin bolsillo y la repulsiva camiseta del bicho esponja ese. Encima, se estaba entreteniendo demasiado. Apenas le oía hace ruido allí dentro.
            —¡Eh! —le advertí— Sal de una vez, no tengo toda la noche.
            —Tranquilo, tío —me contestó. Su respuesta sonó lejana—. No puedo ver nada.      El imbécil seguía despistándome. O era muy tonto o se estaba quedando conmigo. Volví a girarme hacia la esquina. Los coches pasaban de largo por la calle de atrás, ninguno giraba hacia nuestra dirección.
            —Oye, lumbreras —me cansé—. Voy a mi coche a por eso y mientras sigues buscando lo tuyo, ¿vale? —Esperé su respuesta durante unos segundos pero él no contestaba. Un escalofrío me sacudió en ese instante. Mi estómago rugió. ¿Cómo podía estar acojonándome?— ¡Eh, gordo! Yo me piro, ¿vale?
            Me jugaba así todo el operativo porque, si el pedófilo se rajaba, le perdíamos.  Estaba rabioso con los chicos y, a la vez, nervioso por el extraño comportamiento del gordo. “Les voy a trincar de los huevos en cuanto…” Estaba dándome la vuelta, intentando no apretar los dientes, cuando lo vi de refilón. Por el retrovisor del conductor, algo o alguien en el asiento del conductor. Mierda, el gordo no estaba solo. 



D.R.G. 
To be continued...

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