miércoles, 22 de febrero de 2012

EL ALMUERZO

EL ALMUERZO


Era un patio de recreo vulgar y descuidado; de toboganes oxidados y bancos de maderas rotas. Los dos permanecían ajenos al resto, sentados en su esquina de siempre, pegados al muro para que no les molestara nadie. El niño repeinado de porte estirado y bata de marca sacó el almuerzo de su mochila, lo llevaba envuelto en papel de aluminio. El otro crío, de pelo despeinado y cara sucia, metió la mano en el bolsillo de su bata y se plantó en la cara un par de galletas María.
            Casi había devorado su tímido sustento cuando el niño repeinado sólo le había quitado el envoltorio a un jugoso sándwich tostado, se lo había acercado a la nariz y había dicho:
            —Jo, esto me huele a mierda.
            El niño de cara sucia frunció el ceño con un gesto entre incredulidad y sorpresa, acabó de engullir el último pedazo de galleta y le contestó:
            —¿Cómo te va a oler a mierda? Es un sándwich.
            —¡Toma, toma! —le ofreció rápidamente Repeinado; era visible su sonrojo—. Compruébalo tú mismo, para que veas que no te miento. ¡Vamos, mete ahí dentro esa nariz sucia que tienes!
            Cara Sucia aceptó su ofrecimiento con timidez, le temblaban las rebanadas entre las manos. Lo cierto era que, sin haberlo acercado a su pituitaria, el almuerzo olía a un dulzor rico y agradable, para él muy familiar. Cuando ya lo tuvo bajo la nariz e inspiró suave, el aroma de cientos de manzanas verdes le invadió profundamente.
            —¡Hala, qué mentiroso! Si esto huele que alimenta. ¡Compota casera de manzana, como la que hacía mi mamá! —blandía perplejo el sándwich ante Repeinado, como si éste hubiera pronunciado un sacrilegio—. ¿Cómo puedes decir que esto huele a mierda, atontao?
            Repeinado no dejaba de observarle azorado, apretando los labios. No tardó nada en arrebatárselo de malas maneras.
            —Anda, dámelo, ignorante, ¡qué te sabrás tú! Si tu madre sólo te ha puesto unas tristes galletas para pasar la mañana. —Se acercó las rebanadas tostadas a la boca y volvió a hacer un mohín de aprensión—. Jolín, esto me sigue oliendo a mierda.
            —¡Qué tiquismiquis eres! Con lo que bueno que debe estar. Venga, pégale un muerdo de una vez, ya verás cómo te arrepientes de lo que has dicho —le animó, con los ojos tan abiertos y fijos en el sándwich que parecía devorarlo con la mirada.
            —Bueno, haré el esfuerzo —decidió sin mucha convicción—. ¡Mira que le había dicho a mi mamá que quería un bocata de lomo con queso y pimientos en vez de esta mierda de sándwich pringoso!
            Un balón perdido pasó muy cerca de ellos y rebotó en el muro, yendo a parar al regazo de Cara Sucia.
            —¡Ahí te quedas, Don Asquitos! —le dijo levantándose rápido del suelo con el balón en la mano—. Me voy a jugar un rato con estos.
            —¡No, espera! —le insistió Repeinado, tirándole de la bata— Si te quedas conmigo, te doy la mitad.
            Cara Sucia sonrió, no podía desperdiciar la oportunidad. Le pegó al balón todo lo fuerte que pudo con el empeine y volvió a ocupar su sitio junto a Repeinado, sobre los trozos de papel de aluminio con pegotes de compota de manzana y mantequilla.
            —¡Ya me lo estás dando! —le exigió con alegría.
            —¡Ah, no! —lo apartó de su alcance. Una de las rebanadas se despegó de la otra por el movimiento y se deslizó hacia un lado—. Espera primero a que yo lo pruebe.
            —¡Míralo, qué morrudo! Si te gusta, te lo zamparás todo y a mí no me dejarás nada.
            —¡Espérate! —se volvió y cerró los ojos. Acercó la boca hacia el pan, contuvo la respiración. ¿Y si estuviera bueno de verdad? ¿Y si le hubiera traicionado sólo el olor? ¿Lo iba a desperdiciar dándoselo al niño más mugroso de clase, a su único amigo?
            —¡Venga, no te lo pienses tanto, jolín!
            Le hincó los dientes. Sintió toda la pasta grumosa deshacerse en su boca. Tan blanda, tan esponjosa. Quiso deleitarse para hacer rabiar a su amigo Cara Sucia. Luego se le ocurrió volver a tomar aire y saborear el bocado. Entonces, abrió los ojos y puso una mueca de espanto. Le sobrevino una arcada y no tuvo más remedio que escupirlo.
            —¡Puaggg! ¡Pero qué es esto! ¡Si sabe a mierda!
            —¡Hala, no te pases! Seguro que estás de broma.
            —¡Que no, que no! —su gesto de asco lo decía todo, parecía ir bien en serio—. ¡Toma, pruébalo tú ahora! ¡Te lo doy todo! No quiero probarlo más.
            Cara Sucia dudó antes de hincarle el diente. Lo olió y lo palpó como si fuera un sabueso explorador, le pasó la lengua por los extremos de las rebanadas para saborearlo, incluso miró a Repeinado a la cara para ver si se estaba riendo de él. Y luego, cuando ya por fin lo aprobó, le dio un bocado con ansia viva, como si le fuera la vida en ello.
            Estaba saboreando el segundo y delicioso mordisco cuando Repeinado le interrumpió terriblemente furioso:
            —¿Pero se pude saber qué haces? ¿Es que no lo notas que sabe a mierda?
            —Te safrá… a dí —le contestó como pudo, con la boca llena. Intentaba tragar—. Esdá buenismo. —Sus carrillos se movían acelerados como los de un hamster pelando pipas.
            —¡Que no! ¡Si te digo que sabe a mierda, es que sabe a mierda! —apretaba los puños con fuerza y gritaba. Su rostro se estaba poniendo rojo de la ira, parecía que iba a explotar.
            —Que esdá bueno, tonto —seguía masticando convencido.
            —¡Que no, imbécil! —golpeó repetidas veces el muro con los puños, mientras unas tímidas lágrimas asomaban por sus ojos— ¡He dicho que sabe a mierda! ¡A mierda! ¡No te lo puedes comer!
            Cara Sucia sólo mordía y mascaba; le miraba cómo enfurecía sin decir nada, hechizado con cada acto de furia, sin llegar a comprender. La rabieta de Repeinado y el dolor que sentía en los puños de tanto golpear hicieron que comenzara a llorar desesperado.
            Pasaron casi dos minutos mientras uno acababa el almuerzo gozoso y pletórico y el otro se desgañitaba impotente. En ese intervalo, los dos no dejaron de mirarse. Algunos de los que jugaban a la pelota a pocos metros se pararon a observarles curiosos. Todos los niños del patio podían escuchar perfectamente el horrible llanto del niño repeinado desde cualquier lugar del recreo.
            —¿Sabes qué? —rompió el incómodo silencio Cara Sucia tras engullir el bocado final.
            El otro se sorbía los mocos intentando reponerse. Pasó la manga de su limpia bata por sus ojos irritados y su boca.
            —¿Qué? —alargó triste, como si se fuera a arrancar de nuevo.
            —Que sí que sabía un poquito a mierda. Un poquito sólo.
            —¿En serio? —Repeinado se quedó boquiabierto, sin saber muy bien qué decir.
            De pronto, la sirena del recreo volvió a sonar. Enseguida, decenas de caritas sonrientes y sudadas correrían hacia la puerta de la entrada al cole y formarían sus respectivas filas.
            Cara Sucia se había levantado del suelo y observaba la expresión curiosa de Repeinado, que no tenía intención alguna de levantarse.
            —¿De verdad que has notado el sabor? —soltó un hipido.
            —Claro —respondió Cara Sucia asintiendo con la cabeza. Luego le tendió la mano—. Vamos, llorón, que si llegamos tarde nos regañará la profe.
            —¡Prométemelo! —le insistió cuando le cogió de la mano y tomó impulso para levantarse.
            —¡Que sí, pesado! Pero mañana dile a tu madre que te haga ese bocadillo de lomo con queso, ¿vale? —Ambos echaron a andar hacia la puerta sin soltarse de la mano.— Y dile que sepa mucho a mierda, ¿eh? ¡No se te vaya a olvidar!




D.R.G.

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