sábado, 12 de noviembre de 2011

Presentación de la antología "El Hilo de Ariadna", 5 de noviembre de 2011


Saludos, amigos.

Esta es mi aportación a la antología literaria de los alumnos de la Escuela de Escritores de Zaragoza. El libro fue presentado el pasado sábado 5 de noviembre en el Bar Musical Albéniz de la capital aragonesa. Tuve el privilegio de leer mi relato, igual que algunos más de mis compañeros. Espero que os guste. Un abrazo. 



HAMBRE                            David Rozas

Me he vuelto a pasar la noche en vela tirado en el sofá.
Me temo que hoy no van a reponer el suministro eléctrico en el barrio y a esta vieja linterna apenas ya le quedan pilas.

No se cuánto tiempo aguantaré más esto.
Cuando el bebé no llora, es Lucía quien da berridos y golpea la puerta del sótano. Los dos sólo quieren su comida.

Todo comenzó hace cuatro días.
Yo estaba acabando de regar nuestro jardín, el pequeño reducto de paz donde pasaba largas horas del día con Lucía y Javier, cuando escuchamos un sonido familiar.
Hacía casi una semana que Ulises, nuestro gato, había salido de casa y todavía no había regresado. Ya creíamos que lo habrían atropellado o que se lo habría llevado alguien, pero en aquel momento volvimos a escuchar con sorpresa su particular ronroneo tras la verja.

Durante los días que anduvo desaparecido, sucedieron aquellos incidentes en el distrito este de la ciudad, causados por un extraño brote de rabia entre los animales de la zona.
Nadie hablaba entonces de ataques de mascotas a sus dueños ni de contagios entre seres humanos. Mi mujer tampoco esperaba abrir la verja del jardín aquella tarde y encontrar a nuestro gato tan sucio y lleno de arañazos y heridas. Y mucho menos que este le bufara en cuanto la viera y se le tirara encima para ensañarse a zarpazos con ella.

Tuve que perder casi un minuto en tratar de separar a Ulises de la cabeza de Lucía, que no hacía más que chillar y retorcerse de dolor tendida sobre la hierba.
El hedor que desprendía el animal no era menos terrible que la fuerza con la que se había adherido al rostro de mi mujer;  Sus garras se habían clavado con saña en los carrillos de mi esposa como dos ganchos neumáticos que se hundían más y más en la carne y no me atrevía a tirar de él con todas mis fuerzas para no arrancarle a mi mujer la piel a tiras.
No sé qué me ponía más nervioso, si los maullidos infernales del animal cebándose con mi mujer o los aullidos lastimeros de Lucía intentando arrancárselo de encima.

En medio de tanta desesperación y frenesí, cuando ya estaba a punto de gritar auxilio, tropezamos en nuestro forcejeo con el rastrillo tendido en la hierba.
No me lo pensé dos veces. El horrible ser que tuvimos por mascota acabó ensartado en las púas de la bendita herramienta, y aún seguía retorciéndose furioso y bufando como un demonio después de aquello, extendiendo sus uñas hacia mí.
Reconozco que no tuve el valor necesario para acabar con él, aún a pesar de habernos dejado marcados para siempre. Me limité a lanzarle lejos de nuestra parcela y ya no pude verle alejarse de allí arrastrando mi rastrillo por el asfalto porque Lucía yacía inconsciente sobre el césped y Javier, que no había permanecido ajeno a lo sucedido, no hacía más que berrear en su capaceta.

Lucía quedó con la cara hecha un cromo. Su cabello revuelto se quedaba pegado a los jirones de piel sanguinolentos que colgaban de un rostro ya irreconocible.
Dejé a Javier con la vecina y subí a Lucía a nuestro coche para llevarla lo antes posible al centro médico. Cuando conseguí centrarme al volante y conducir con algo de calma y cautela, empecé a ver grupos de personas corriendo por las calles asustadas, heridas o, simplemente, confusas y desorientadas, como lo estaba yo.
Tuve que dar cientos de frenazos y volantazos durante aquel corto pero interminable trayecto para esquivar a toda esa marea humana que se cruzaba en mi camino y que parecía crecer a cada vuelta de la esquina.

El parking del ambulatorio estaba atestado de gente, coches, ruidos de claxon y sirenas y mucho, mucho caos. Era imposible ni siquiera acercarse, ya que se había formado un cordón policial que limitaba el acceso al centro. Pronto me uní al resto aporreando el claxon de mi coche, cosa que no hizo más que agravar la desesperante situación.
Por más que intentaba pensar algo, dilucidar una explicación tal vez a todo aquello que estaba sucediendo, mi cerebro entraba en una especie de encrucijada mental que me bloqueaba y me impedía actuar con algo de raciocinio.

- Vámonos de una vez a casa… - , susurró Lucía entre jadeos desde el asiento de atrás. Aquello me dio la lucidez suficiente para tomar la única determinación lógica que podía tomar en ese instante.

Ella no es la misma desde entonces, ni en lo físico ni en lo mental. Se volvió de pronto tan paranoica y agresiva que tuve que encerrarla en el sótano en cuanto se declaró toda la ciudad en cuarentena.
En los ratos en los que cesan los golpes ahí abajo, me acerco hasta la puerta para intentar aguzar el oído. Y por más que intento mover con cuidado el cerrojo para asomarme con la linterna y espiarla, ella siempre aparece corriendo escaleras arriba, con esa monstruosa cara babeando y apretando los puños con ganas, henchida de una rabia inexplicable.

Tengo estudiadas sus formas de manifestar el hambre.
Por la noche, Javier suele despertarse entre las 1 y las 4 de la mañana. Primero emite unos sonidos casi imperceptibles al desperezarse, como si reclamara a su madre el pezón rosado e hinchado con el que se hartaba de costumbre. Ella, que todavía debe conservar algo de su instinto materno, reconoce el llanto de su bebé desde la profundidad del sótano, cuando arranca el niño a llorar en su cunita. Es entonces cuando se escucha el crujir de los peldaños de la escalera del sótano, y la barrera que separa al animal del que fuera su hogar, es aporreada salvajemente desde el interior.

Quisiera pensar que lo único que pasa en esos momentos por su cabeza sea coger de nuevo a su bebé en brazos para acunarlo como si fuera un tesoro, pero me temo que eso ya nunca será posible.

Igual que él, sólo tiene hambre.






4 comentarios:

  1. muy bueno broder, me ha entrado hambre de cerebrooo jeje sigue asi y con perseverancia conseguiras lo ke te propongas, sigue asi! un abrazo!

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  2. Muchas gracias, broder. Por cierto, puedes hacerte seguidor del blog. Ejem, ¡es una orden! Un abrazo!

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  3. Enrobuena por tu blog, compañero de la antología de la escuela.
    Coque

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  4. Aquí donde está el botón de "Me gusta" ????

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