martes, 22 de noviembre de 2011

EXPERIMENTO SOFIA (Conclusión)

¿Os habíais quedado con las ganas? Bueno, ahora conoceréis el final de esta historia; aunque dicen que, a veces, el final es tan sólo el principio...



EXPERIMENTO SOFÍA (2ª Parte)

Acabó la sesión con Sofía y Enríquez volvió a colocarse la máscara y el traje de protección antes de devolverla a su celda. Cuando se disponía a abandonar el laboratorio, empujando la silla de la muchacha, y recorrer el largo pasillo que le llevaría hasta el redil, Sofía dejó caer la cabeza relajada sobre sus hombros.

– ¿Qué cojones te pasa ahora? Ni se te ocurra desmayarte, ¡eh! Bueno, mejor, así me será más cómodo encerrarte. –  Siguió empujando la silla por el pasillo hasta llegar a la entrada de la sala de control del redil. Justo después que la puerta hidráulica se echara a un lado, el cuello de Sofía se tensó y la muchacha comenzó a sacudirse y a gritar.
- ¡Estate quieta, coño! Vas a conseguir que tus amiguitos se pongan nerviosos. ¿Qué cojones quieres?... ¡Joder, esto son convulsiones! - ¡Mierda! Me habré pasado con la dosis. Tengo que llevarla de vuelta al laboratorio enseguida…
Antes de dar media vuelta, Enríquez descubrió un pálpito en el cuerpo de Sofía y puso su mano enguantada sobre el cuello amoratado de la chica.
- ¡Dios mío, es increíble! ¡Tienes pulso! Es algo débil, pero parece que va acelerándose por momentos... ¡Venga, aguanta un poco!
Iba a darle la vuelta a la silla para regresar al laboratorio, cuando se oyeron golpes y gritos provenientes de las celdas. Enríquez dirigió su mirada hacia la dirección de los ruidos y, en ese momento, sintió un escalofrío. Una extraña reacción para un hombre frío y curtido en su difícil profesión.
-         ¿Ves, Sofía? Ya lo has consegui… ¡Mierda! ¡Estás echando espuma por la boca! Voy a quitarte ahora mismo el bozal. - Tengo que soltarle una correa también. ¡Maldita sea! Voy a tener que jugármela si no quiero perder a Sofía. ¡No puedo desperdiciar tantos años de trabajo!
El doctor se vio sorprendido en cuanto la libró de la correa. La mano de la chica impactó en la máscara de Enríquez con una fuerza inusitada que le empujó hacia atrás, haciéndole tambalearse. La mancha roja que se formó en el cristal interno de la máscara le impidió presenciar con sus propios ojos la forma rápida y metódica en la que Sofía abrió todos sus correajes y se puso en pie ante él, encorvada y con la mirada henchida de furia de venganza.
-         ¡Detente, Sofía! – le ordenó, tras arrancarse la máscara de la cara y descubrir que de su frente manaba un chorro profuso de sangre. El inquietante sonido que llegaba en ese momento del redil amenazaba con transformarse en un insoportable estruendo que no dejaría nunca de aumentar. - ¡No te acerques más, joder! – Si no actúo enseguida, se me echará encima y me infectará. Si es cierto que ha recuperado gran parte de su inteligencia, sabrá entender lo que le pida. – Sofía, escucha… Puedo hacer que vuelvas a ser la joven y hermosa mujer que eras antes de la epidemia. ¡Mírate ahora! ¿No ves todo lo que hemos conseguido juntos? Dame una oportunidad y déjame seguir con mi trabajo… Por favor, no niegues así con la cabeza. Sí, ya sé que he sido un poco cruel hasta ahora con la metodología, pero ha sido la única forma de… ¡Joder, lo siento! Eso es lo único que quieres oír, ¿no? ¡Vamos, mujer! … Me estás enfadando ya, Sofía. ¡Escúchame y no des un solo paso más!

El ruido ensordecedor en las celdas se interrumpió bruscamente cuando un terrible alarido humano resonó por todos los rincones del edificio.
Segundos antes de abandonar el mundo, el doctor Enríquez escuchó los chasquidos mecánicos de las puertas de las celdas y distinguió, algo borrosa, la imagen de Sofía en la sala de control, asomada al redil con la boca desencajada y los puños en alto.

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