domingo, 29 de enero de 2012

RITUAL DE VENGANZA: Mamá Chamba.

Es terrible y angustioso acabar encerrado en un ataud, pero no menos que comprender los motivos que te han llevado allí. A nuestro protagonista, la vida le ha jugado una mala pasada en apariencia... o quizá él haya tenido algo que ver y todavía no lo sepa. 
De todos modos, todas sus preguntas y el final de su particular agonía por fin se verán resueltas. 

Sólo tienes que seguir leyendo, amigo lector, si tienes estómago para ello.


MAMÁ CHAMBA

Abro los ojos. Estoy empapado. Me he debido desvanecer durante un rato, no sé cuánto. ¡Pero qué mierda de sueño! Parecía tan real… Estoy confundido, es como si tuviera algo de significado, como si hubiera despertado nuevos recuerdos en mi mente. El cubano y esa vieja… Tengo la extraña sensación de que ese sueño lo he vivido antes. Creo que a eso lo llaman “deja vù”, o algo así. ¡Y a mí qué! Las estoy pasando putas aquí dentro como para pensar en esas gilipolleces.

    Oigo voces fuera, ¡por fin! Deben ser los muchachos, jugando con mi sufrimiento como mejor saben. Descubrir que están ahí fuera no deja de ser un tremendo alivio, pero también me crispa. Mucho. ¡Blam! Sigo golpeando y gritando. “¡Venga, a qué estáis esperando!” No me importa destrozarme los puños y las rodillas, ya los sentía inflamados de dolor. “¡Sacadme ya de una vez! ¿No tenéis ya suficiente?” Más y más voces, cada vez más cerca. Me imagino metido en un nicho. No, conociendo a esta gentuza, peor aún, en un pozo profundo cubierto de tierra sólo unos pocos centímetros, para prolongar mi agonía todo lo posible. No se reventarán… Pero mi vejiga sí va a hacerlo. Al estar tumbado y pataleando sin parar, no había reparado que estaba bombeando mi futura orina una y otra vez. No quiero hacérmelo encima y que me vean con el pantalón mojado, ya tendrán suficiente cachondeo con toda la vomitina desparramada. ¡Cómo me escuece! ¿También voy a mear bilis? Vamos, aguanta más, no dejes que se salgan con la suya.
¿Cuándo va a acabar esto, joder? ¿Cuándo? Me gustará salir de aquí para poder mearme con rabia sobre ellos.
    Cánticos. Las voces se han convertido en extraños sonidos musicales. Como en mi sueño. Pequeños gritos ahogados, tambores rítmicos. Mi corazón parece coger el mismo ritmo de ellos, como si se uniera a una batukada perfecta. ¡No puede ser! Estoy oyendo a la mujer fuera, es la misma voz. ¡La vieja! ¿Estará también el cubano con ella? ¡Blam blam, blam! “¡Eh, estoy aquí dentro! “
¡CROCK! Joder, ¿qué ha sido eso? Un estruendo ha sacudido la caja, como si hubiera caído alguien o algo pesado encima. ¡No voy a poder soportar esto mucho más! Presiento que la primera gota de orina está pugnando por salir. Hay alguien caminando sobre la caja. El tamboreo aumenta por segundos. Las voces, que son muchas, han aparecido otra vez, más elevadas de tono. ¡Que sea lo que sea, pero que me saquen ya de aquí, por favor!
    Oigo cómo raspan sobre la madera. Están apartando tierra de encima, estoy seguro. No debe haber mucha. Ya falta poco, están muy cerca.
Todo se acabó, ¡por fin! Apenas puedo abrir los ojos por el sudor que se ha colado en ellos. No podré abalanzarme sobre ellos, primero he de vaciar mi dilatada vejiga donde sea. Tendré que soportar sus carcajadas crueles y desmesuradas hasta que lleguemos al cuartel, pero no me importa. Más ruido en la madera. La están manipulando, como si estuvieran deslizando unas cadenas sobre ella. Apenas lo distingo del resto de sonidos. Me inquietan. Los chicos no se montan esas parafernalias tribales, no es propio de estos zoquetes, a no ser que lo hubiera preparado el Eze. Capaz sería, ¡maldito bastardo! Ahora lo estoy pillando; recuerdo sus historias cubanas, las de la Mama Chamba y sus rituales de santería. ¿Cómo es posible? ¿Qué demonios me espera ahí fuera? Por Dios, que se acabe toda esta tortura de una vez. Siento un ligero calor sobre las ingles. Estoy empezando a orinarme encima.
    El mundo exterior enmudece de pronto. ¿Son jadeos lo que escucho fuera o son mis últimas bocanadas de aire? La tapa se abre lentamente y una cortina de tierra negra se desliza a mi lado, sobre las flores. ¡Me ahogo, rápido!, quiero decir, pero no puedo articular palabra. Me encuentro rígido, incapaz de moverme. Todos los poros y orificios de mi cuerpo se han cerrado de golpe. Siento la brisa fresca de la noche sobre mi piel sudada, pero no puedo aspirarla y aliviar esta sensación de asfixia. Quiero parpadear, me arden los ojos. Descubro unos dedos asomando al fondo de la caja, dándole el empuje final a la tapa. Una tela blanca. Se acerca. Antes de saber quién me ha liberado, puedo contemplar la boca del pozo donde me encuentro, mis piernas, el ataúd, los restos del vómito, la mancha de mi entrepierna… las manos enrojecidas e hinchadas. Intento incorporarme pero sigo sin poder moverme. ¿Por qué no lo consigo? Una mano se posa sobre mi pecho. Un aliento cálido lame mi cara.
    —Raúl… —su voz áspera prolonga mi nombre—. Tú… tú fuiste el mugroso que me arrebató a mi nieto.
    Mi visión se aclara de súbito y me muestra un rostro arrugado y siniestro de piel morena; mechones de un cabello blanco como la nieve cayendo en cascada, el aliento de ron escupido de una sonrisa mellada y amarillenta. Tiene los ojos húmedos y enrojecidos como si hubiera llorado. Se inclina hacia mí y me susurra al oído: “Sí, muchachito; yo soy la Mama Chamba”.
Quiero responderle de inmediato, cogerle de la mano y decirle que tenga piedad de mí, que no sé dónde se encuentra su nieto, que yo no le hecho nada…
    Entonces, le veo. Detrás de ella, al borde de la fosa, bajo la luz de la luna. Está desnudo de pies a cabeza, mirando a la nada y pintarrajeado con símbolos extraños. Ezequiel está sumido en una especie de trance.“No", recuerdo de inmediato, "él está muerto. Nosotros se lo hicimos sin querer”. Comprendo. La vieja le ha devuelto a la vida para cobrarse venganza, como en los rituales absurdos que él nos contaba.
Quiero gritar, maldita sea, pedirle perdón a la vieja, pero hasta eso parece negarme. No debo merecerlo. "Así que tú eres su abuelita, ¿eh? Siempre fue un cobarde y un llorón. Se asustó y no pudimos sacarlo a tiempo del ataúd. Sólo perdimos el control, no queríamos que eso sucediera…¿Puedes oírme, vieja? ¿Puedes al menos leer mis pensamientos?"
    La vieja santera eleva la vista hacia su difunto nieto y le da una orden. Ezequiel se agacha despacio y coge algo del suelo. Parece una pequeña bolsa de tela con algo dentro que sostiene sobre la fosa. Al toque de un tambor, suelta su contenido al vacío. Es una serpiente negra y brillante que cae a peso plomo sobre mis piernas. Entonces, Mama Chamba grita y eleva sus brazos. Sus ojos están en blanco. Quiero unirme a ella en su dolor, pero no dejo de ser su víctima. Lágrimas resbalan de mis ojos. No puedo ni siquiera pestañear.
La vieja agarra la tapa y me observa sonriente, mostrando de nuevo su dentadura mellada. Ahora parece satisfecha, en paz.
Cuando la tapa se cierra sobre mí, recupero de pronto la movilidad. El control de mis orificios. Grito, grito con todas mis fuerzas. ¡Blam, blam, blam! Las cadenas han vuelto a abrazar la caja. “¡No podéis hacerme esto!” La serpiente empieza a reptar sobre mi cuerpo, enroscándose en mis piernas. Pataleo desesperado, pero sólo consigo que el reptil avance más rápido. Su tacto viscoso me asquea, me repugna. ¡Blam, blam, blam! Me van a explotar los nudillos. Los tambores y los cánticos regresan para atormentarme. ¡Blam, blam, blam! Vuelvo a tener ganas de vomitar. ¡Por favor, sacadme de aquí!
La serpiente ha dejado de moverse.
¡Mierda, mierda! Se ha detenido de pronto al hallar el calor de mis genitales húmedos.
Se está enroscando, joder… Su peso está presionando mi vejiga...
Sin poder evitarlo, me lo hago encima. Escuece mucho, mucho.
No puedo parar de gritar; al son del ritual de venganza.













 
D.R.G.

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